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LARRA

Primera expedición navarra, 1954. Según el Dr. Martínez Peñuela, que iba a ser jefe de la expedición, «... había tanta diferencia entre practicar espeleología en la sierra de Aralar, Andía o Urbasa, y hacerlo en el Pirineo, como la existente entre practicar montañismo en cualquier macizo nacional y marcharse de pronto al Himalaya». Teniendo en cuenta esto, se puso especial cuidado en la preparación física de todos los que iban a ser los futuros espeleólogos. Preparación dirigida especialmente hacia las grandes verticales que se suponía en Larra. El equipo de profundidad de esta primera expedición del grupo Príncipe de Viana lo formaban estas personas: Félix Ruiz de Arcaute, Juan San Martín, Pedro Echalecu, José María Sáenz, Miguel Bengoa e Isaac Santesteban. El de superficie estaba formado por: Eduardo Mauleón, Tomás López, Jesús Beruete, Alfonso Eraso y José Javier Uranga. El equipo de comunicaciones estaba dirigido por el teniente de aviación Juan Antonio Camacho. Fotografía y cine, José Luis Guembe. Capellán, Martín Marco y médico Dr. Apesteguía. Había que mover un ingente material de acampada, descenso, comunicaciones e intendencia. Este último proporcionado por el servicio de compras de la Diputación Foral de Navarra. El Ejército del Aire había colaborado en transportes, acampada y comunicaciones. El 24 de junio de 1954 llega la expedición a Belagua. Los espeleólogos duermen en la venta de Arrako, situada frente a la ermita del mismo nombre y a 100 m. del dolmen. El día 25, de madrugada, se inicia la marcha sobre Larra. Penetrando por la parte de Zanpori, donde se planta el campamento; se van midiendo y marcando las simas que se localizaban, poniendo en la boca la profundidad del sondeo. Hacia las cinco de la tarde un grupo llegó a la sima de San Martín, hasta entonces la más profunda del mundo. Una cruz de madera recordaba a Marcel Loubens, primera baja entre los espeleólogos de Larra. Otro grupo, también de I. P. de Viana, se había internado en Larra desde Zanpori, batiendo una extensa zona. De vuelta en el campamento se hizo un balance de la jornada. El hecho más importante había sido la localización de la sima de la zona de Arlas y su exploración llena de riesgos, bautizada con el nombre de Etxaleku, su descubridor. Cerca del campamento se descubrió la sima Apesteguía, nombre del que la señaló. Echalecu desciende por su boca hasta 137 m., donde la masa de hielo impide el progreso. Día 27, sima Lezaola. Desciende Isaac Santesteban hasta los 110 m. Existe obstrucción por troncos de árboles, de los que utilizan los pastores para obstruir la boca e impedir que caigan las reses. Día 28, Juan San Martín desciende por la sima Etxaleku. A los 75 m. comunica desde una plataforma de nieve y hielo. Vuelve a informar ante una gran vertical, pidiendo que descienda un hombre. Un bloque de hielo le ha golpeado un hombro habiéndolo desprendido de la escala. Arcaute baja en su auxilio. Ya en la superficie, el Dr. Apesteguía le aprecia un hombro prácticamente inútil. Sigue la exploración con Sáenz, Bengoa y Arcaute. Echalecu queda a la entrada de la sima, atento a las cuerdas, escalas y enlace telefónico. Día 29, San Pedro. Después de la misa, 10 de la mañana, desciende Isaac Santesteban y alcanza la primera plataforma, clavando en la pared varias clavijas grandes para la operación de apoyo, según lo planeado. A las 17 horas todo está dispuesto para que Santesteban se lance. A través del laringófono comunica lo que va descubriendo: cascadas heladas de 20 a 30 m. por encima y por debajo de él. Advierte que, sobre su cabeza, hay toneladas de hielo poco tranquilizadoras. A 140 m. de su descenso por el abismo debe abandonar, pues la niebla de su respiración y sudor anulan la visibilidad. Cuando lleva ascendidos 25 m., nota el silbido de los trozos de hielo que le pasan rozando. Para salvarse de la avalancha, deja la escala y se lanza al abismo suspendido de la cuerda de seguridad. Realiza un péndulo de cerca de 10 m. y se agarra con todas sus fuerzas a la pared de enfrente, donde había visto un saliente de roca por encima de una grieta. Desde allí nota, muy cerca, el paso de los grandes bloques. Pasado el peligro encendió la luz y pudo comunicarse con el exterior.