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LARRA

El complejo visto por el biólogo Luis Villar. «Esta zona roncalesa, portentoso laberinto kárstico, merece mención aparte por su extraordinaria singularidad en todos los aspectos. Es algo que se sale de lo común. Su original naturaleza geológica hace que el agua, llegando abundante en todas sus formas a la superficie, no circule por ella, sino que se filtre hacia el interior por un sinnúmero de grietas, simas, hondonadas y cuevas subterráneas; a su paso disuelve los materiales rocosos provocando un aumento de ese caos de anfractuosidades y huecos. Estas formas de karst, geológicamente muy antiguas, fueron retocadas por los glaciares cuyo pulido todavía puede observarse actualmente. Llopis Lladó, quien ha estudiado aquella inmensa región sin fuentes -ya que las aguas filtradas afloran en la vecina Francia-, opina que es «uno de los aparatos kársticos mayores de Europa». Los pastores que subían en verano utilizaban sólo agua de fusión de nieve y sus rebaños pasaban varias semanas sin abrevar. Ello se explica gracias a la abundante precipitación horizontal (rocío y nieblas). Se trata de la región de la Sima de San Martín, una de las más grandes del mundo. Sus esqueléticos suelos se han formado a través de milenios de acumulación de residuos vegetales, poseyendo una pequeña capa de materia orgánica que descansa directamente sobre la roca madre (rendzinas); no obstante, son capaces de mantener al árbol más maravilloso de la Península Ibérica, el pino negro (Pinus uncinata). Esta perla de la Naturaleza, que saca ramas por todas partes, es capaz de sobrevivir a explotaciones tan fuertes como las que supone una cobertura de nieve de cinco a seis meses, nieblas heladas que se depositan sobre sus troncos, hojas y brotes en estaciones intermedias, atronadoras tormentas cuyos rayos lo desmochan, magullan, desenraízan, descortezan y matan; vientos que lo abaten, intensa insolación y sequías insospechadas del suelo, granívoros que comen sus semillas, etc., etc. En pocos sitios puede verse tan patente la lucha triunfante por la vida. Pero no menos personalidad que el árbol tiene el conjunto de plantas herbáceas formadoras del cortejo florístico que le acompaña. Las afinidades de esta estepa arbolada se dirigen sobre todo hacia la alta montaña ibérica (Sierra Nevada, Sistema Ibérico), como lo demuestra la presencia relativamente abundante de la sabina rastrera, Juniperus sabina. Considerado como un todo, es paisaje único en el Pirineo, tanto por lo dicho como por el elevado porcentaje de plantas endémicas que posee. Riquísima es igualmente la fauna que alberga: el urogallo, el lagópodo o perdiz nival, el pito negro, el pico dorsiblanco, verderón serrano, carbonero garrapinos, piquituerto, acentor alpino; el sarrio o rebeco, el jabalí, interesantes micromamíferos e invertebrados. Todos ellos afirman lo que decimos. Si esta región destaca tanto en el conjunto del Pirineo occidental, se debe principalmente al hecho -muy verosímil según las antedichas consideraciones sobre los glaciares- de que nos encontramos ante un bosque fósil, reliquia viviente de la Era Terciaria. Es lo más primitivo y noble que tenemos en el Pirineo y, sin duda, en el legendario país vasconavarro. La zona era en un principio una especie de coto de caza real, siendo luego explotada por los roncaleses mediante el pago de unos impuestos. Allí se llevaba el ganado joven de reposición (corderas), que engordado con unos pastos tan finos, sin enfermedades y fortalecido por el ejercicio muscular a que obliga tan complicado relieve, daba luego unas crías sanas durante varios años. Como el crecimiento del árbol es lentísimo (unos 300 años para alcanzar los 15-20 m. de altura) no permitió explotación forestal considerable, aunque la hubo para traviesas de ferrocarril y para edificaciones rurales. En el contexto de la utilidad, la región de Larra, además de proporcionarnos sosiego, aires puros y serenidad ante su sin par armonía entre clima, suelo y seres vivos, será fuente generosa de conocimientos científicos, teóricos y prácticos, verdadero escaparate ecológico donde podrán aprender las futuras generaciones de ecólogos terrestres y naturalistas en general. Está bien claro que en la comarca de Larra la Naturaleza nos ha brindado un parque o reserva natural que sólo necesita la declaración oficial y su cuidado posterior. Haciéndolo así, Navarra, avanzada en muchos otros campos, se cubrirá de gloria».