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LOS HEREJES DE DURANGO

Antiguas opiniones sobre la herejía de Durango I. Formado el relato de las alteraciones de Durango, importa ahora considerar la doctrina de aquellos herejes, en cuanto puede inferirse legítimamente de las fuentes conocidas. Veamos por lo pronto qué opinaron sobre el caso los contemporáneos y los autores más antiguos que tratan de estos sucesos. Los documentos no dicen nada que pueda arrojar luz sobre el asunto. Ni definen la herejía, que no les puede pedir ciertamente, ni aluden a relaciones de estos herejes con gentes o países extraños de las que nosotros pudiéramos inducir a la índole de sus opiniones. Si sólo atendemos a estos documentos, la herejía de Durango fue un movimiento exclusivamente local, sin relaciones con el exterior, ni otros inspiradores que el mismo Fray Alfonso, y en todo caso su compañero Fray Guillén. Los que "seguían la malvada secta y opiniones del muy falso hereje Fray Alfonso" son perseguidos "como blasfemos de Nuestro Señor Jesucristo e enemigos e incrédulos de la su fe, con abusiones e doctrinas diabólicas" y se sabe que andaban "ayuntados en su locura e erejía". No llegamos a saber el fruto de las investigaciones de Alfonso Martínez de Arandia, cura de Santa María, "Juan diputado para examinar los dichos erejes", sino sólo que éstos eran "contrarios enemigos de Dios e de la Santa Madre Iglesia e de su fe católica e del dicho Señor Rey". Tampoco nos dice la Crónica de D. Juan II qué fue aquella "grande herejía" que se levantó en la villa de Durango, ni qué decía el informe que hiciera para su Alteza Fray Francisco de Soria y D. Juan Alfonso Cherino. El asunto era poco agradable para un cronista cortesano. El tercer informe contemporáneo, que atribuimos a Mosen Diego de Valera, es el único algo explícito, aunque requiere cuidadosa interpretación. El texto dice: "algunos de los otros tomando erróneas opiniones como fueron los de Durango e otros que creyeron no ayer otra qosa que nacer o morir, algunos que quisieron entender la sacra escritura en otra manera de como la entendieron los santos doctores de la Iglesia. E como quiera que en tiempo del rey D. Juan, de clara memoria, segundo deste nombre fueron algunos dellos en estos reinos quemados, duraron aquellos errores en tiempo del rey D. Henrique e aun asta oy se cree que algunos dura la erejía de Durango, de que fue comentador Fray Alfonso de Mella". Quede para más adelante la interpretación de este pasaje. Tomándolo tal como está, con su ortografía y sistema de puntuación, parece claro que la opinión de que no hay sino nacer o morir y lo de entender la sagrada escritura de otra manera de que la entendieron los doctores de la Iglesia se refiere precisamente a los herejes de Durango. El párrafo no ha sido escrito pensando en los acontecimientos de la Reforma, porque Diego de Valera muere dentro del siglo XV. Sin embargo; da mucho que pensar la coincidencia de que un escrito del fiscal Riaza presentado a la Junta de Teólogos de Alcalá, trata de probar, con información de testigos, que muchos por haber leído el libro de Pedro de Osma, no se querían confesar y decían que "no había sino nacer y morir" (Menéndez Pelayo. Heterodoxos, Tomo III, pp. 317 y 318). De donde acaso podamos inferir una coincidencia doctrinal entre Pedro de Osma y Fray Alfonso de Mella. De la Cuarta Crónica General o traducción interpolada del Toledano, aprendemos que la gran herejía que se levantó entre los hombres y mujeres de Durango fue "por causa de algunos sermones e predicaciones que ficieron unos frailes de Sant Francisco de la observancia, contra el Santo matrimonio", que las mujeres salían de sus casas para por las montañas y sus cuevas y que "facían adulterio e fornicación los omes e los frailes con ellas e con las que querían públicamente, diciendo: "Aleluya y caridat". Además, los herejes se llamaban "a los unos Sant Pedro e a los otros Sant Pablo e nombres de otros santos e santas". Zurita no dice nada sobre la doctrina de los herejes de Durango; en cambio, Esteban de Garibay nos ofrece la primera interpretación extensa de la misma. Afirma que Alfonso de Mella, "avía caydo en las herejías y viciosos errores de los Fratricellos, que en el año pasado de 1298 fueron condenados por el Papa Bonifacio VIII, y después por Juan XXII, y otros Pontífices, aviendo sido grande émulo perseguidor de esta herejía D. Gil de Albornoz, Cardenal de San Clemente, como lo muestra el doctor Sepúlveda en el capítulo 37 del libro tercero de la historia de este cardenal. No cesando estos errores viciosos diavólicos que en Ferrara, ciudad de Italia, avían tenido principio cerca del año pasado de 1270, siendo autor y dogmatista un mal hombre llamado Hermano, y aviendo cundido, no solo por Italia y Alemania, pero aun por las marinas de Grecia y otras provincias, comenzó este falso religioso a sembrar esta maldad en Durango, villa del Señorío de Vizcaya, y en algunas otras partes de su merindad, incitando a las gentes a las torpezas de la carne, induciéndoles, a que las mujeres fuesen comunes" (E. de Garibay. Compendio Histórico. Barcelona, 1628, p. 476). No es preciso destacar el valor de estas noticias. Garibay nos dice aún de la herejía de Durango, que "los que este error siguieron fueron llamados Terceras, aunque no tuvo principio en Durango, como algunos han escrito, sino que este mal fraile procuró de sembrarlo allí". Ha de proceder de Garibay la información de Mariana, cuando afirma que la segunda ocasión de las alteraciones de Vizcaya fue "que se levantó cierta herejía de los Fratricellos deshonesta y mala, y se despertó de nuevo en Durango" (Mariana. Historia de España. Biblioteca de Autores Españoles,.tomo 31, p. 118). La autoridad de Mariana decide, como veremos, a Menéndez Pelayo, en la clasificación de esta herejía. A esto se reduce la información de las fuentes más inmediatas sobre la doctrina de los herejes de Durango. Un siglo después de Mariana, el P. José Martínez de la Puente trae en su Epítome de la Crónica de D. Juan II, las siguientes curiosas explicaciones: "Esta herejía que era de los Agapetas o Alumbrados, la introduxo en España (y lo primero en Galicia, por los años 380, en tiempo de San Dámaso Papa), un grande hereje sacerdote, de la ciudad de Menfis (que es Egipto) llamado Marcos. Entonces se nombraba esta mala semilla de los Gnosticos (nombre griego, que significaba sabios o excelentes en ciencias), siendo así, que aunque se ponían este nombre sobervio solo se podía entender de ellos ironicamente, porque eran unos ignorantes, presumidos y charlatanes, que daban a entender que a ellos solo era concedido el Espíritu Santo: todo esto, a fin de engañar a otros hombres como ellos, a los idiotas y a las mujeres bachilleras y simples, para atraerles a sus errores y torpezas". "El primero a quien este Marcos inficcionó, fue a un maestro de retórica llamado Elpidio, y a una mujer noble de Galicia, que se decía Agápe (de quien juzgó que tomó nombre esta malvada secta de los Agapetas). Estos le pegaron luego a Prisciliano, sacerdote, caballero noble y rico de aquel reino, de agudo ingenio y erudicción y verbosidad (prendas infelices cuando no las acompaña la prudencia). Faltole a éste y así se hizo maestro de aquella herejía, la cual fue condenada en breve por un Concilio, que a la sazón se celebraba en Burdeos, en tiempo del mismo Pontífice San Dámaso. Sus progresos, y los que fueron degollados por esta herejía, toca el maestro Alonso de Villegas en la segunda parte de su Flor Santurum en la vida de Salomón, cap. 4.°, donde dice y con razón: "Que los soberbios no han menester demonio que los tiente, que ellos son demonios y lazo para si mismos, como se vió en estos desdichados, cuya presunción y soberbia los despeñó tan miserablemente". "Otros quieren que se dixesen Agapetas de Agápe, que en griego significa dilección, amor o caridad; el cual nombre desde los tiempos de San Jerónimo (secretario que fue del mismo Pontífice San Dámaso) estaba usurpado en mala parte, y se decían Agapetas los mismos que ahora se llaman Alumbrados, por la falta de dilección o caridad con que amaban a sus devotas, y con apariencia de Espíritu caritativo y fervoroso las trataban impuramente, y santificaban los concubitos prohibidos y así este nombre Alumbrados, valdrá lo que encendidos, a la manera que decimos Alumbrarse, lo que se quema. Este, y otros errores, y falsas iluminaciones, que no me ha parecido explicar más, por no ofender los oídos castos y católicos, tuvieron principio desde Simón Mago, en tiempo del apóstol San Pedro, y después lo introduxo Montano, Cabeza de Asia, de los Catafriges. Esta fue también la herejía de los Fratricellos o Begardos y Bizocos, en Italia y la de Fray de Mella, de quien vamos hablando" A este dictamen tan disparatado del P. La Puente, sigue en fecha el de un escritor inglés, Miguel Geddes, en su A Spanisch Protestan Martyrology (Tomo I, de su Miscellaneous tracts. Londres 1730, p. 455). Dice que "hacia 1440, a petición de los inquisidores, numerosas personas fueron llevadas por los mosqueteros reales desde la montaña de Durango en Vizcaya a Valladolid y Santo Domingo de la Calzada, donde se les quemó vivos por haberse negado a adjurar varias doctrinas condenadas como heréticas de la Iglesia romana. Reconoce que no se nos dicen cuales fueran las doctrinas que motivaron la muerte de aquella multitud de personas; sin embargo, afirma que es más que probable que fuesen las mismas que las de los valdenses de los Alpes, sin justificar debidamente esta opinión". Don Juan Antonio Llorente estima que Fray Alfonso de Mella y sus partidarios seguían la herejía de los Begardos (Memoria histórica sobre cuál ha sido la opinión nacional de España acerca del Tribunal de la Inquisición, p. 18 y su Historia Crítica de la Inquisición de España, tomo I, Barcelona 1870, p. 65). De la misma opinión es Rodrigo (Historia de la Inquisición, 1877, p. 11), donde presenta a Fray Alonso como maestro de grandes impiedades (que no precisa) y "ardiente propagandista de herejías difundidas por Europa". Tal era la herejía de los Begardos, que produjo la secta llamada de los alumbrados y después el quietismo de Melinos. Decían estos sectarios que por sus perfecciones puede el hombre adquirir la impecabilidad, en cuyo caso les eran permitidas las acciones más perversas". D. Vicente de la Puente, en su Historia Eclesiástica de España, p. 458, vuelve a los textos originales conocidos para decir que Fray Alfonso empezó a "extender por Durango y otros puntos de Vizcaya los errores de los Fratricellos con gran hipocresía y sensualidad". Para él Fray Alfonso era "un fraile franciscano de los que llenos de bienes habían degenerado en España el tan santo Instituto"; sin embargo, sabemos por la Cuarta Crónica General que Fray Alfonso y sus compañeros que iniciaron la herejía eran frailes de la observancia". Asi la cuestión, llegamos a la referencia de Menéndez y Pelayo en su Historia de los Heterodoxos Españoles. Empieza por copiar el texto de la Crónica de D. Juan II, en donde encuentra "las noticias casi únicas que en este negocio tenemos". Después habla del cardenal D. Juan de Mella, jurisconsulto eminente, celebrado por Eneas Silvio, y pone su muerte en Roma, su sepultura en Santiago de los españoles, y sus obras inéditas en la Biblioteca Vaticana. Luego trata de la doctrina de los herejes de Durango, y cita la opinión de Geddes que eran valdenses para oponerle la de Mariana que la secta despertada en Durango era la de los Fratricellos, deshonesta y mala, añadiendo por su cuenta que éstos eran "una especie de Alumbrados". Y después: "a esta herejía debe de aludir el Dr. Montalvo en su comentario al Fuero Real, donde escribe: "Item nunc nostris temporibus in domnacionem Vizcayae sunt de haeresi damnati; non tamen propter hoc omnes illi sunt universaliter haeretici..." Como de aquí, no se saca otra cosa sino que en tiempo de Montalvo había en Vizcaya algunos herejes y que por eso no todos los vizcaínos eran heréticos, no recogimos esta alusión en nuestro catálogo de Fuentes. No alcanza a más la información del polígrafo de los Heterodoxos. Dice cómo se ha mantenido en Durango la tradición de los sucesos y por qué fueron quemados los autos de Fray Alfonso, lamentándose de que en todo tiempo que estuvieron en la Iglesia, ningún curioso tomase copia o extracto de ellos. "Pérdida irreparable -dice- para la ciencia histórica, no por los nombres de los reos, que poco importaban, sino por los datos que de seguro contenían aquellos papeles sobre su doctrina, y que hoy nos permitirían establecer la filiación exacta de esta herejía, y sus probables relaciones con la de los Alumbrados de Toledo, Llerena y Sevilla en el siglo XVI". Todo esto es mucho para un Menéndez y Pelayo. Quedamos con la impresión de que acepta de plano la identificación de los herejes como Fratricellos, atribuyendo a la autoridad de Mariana lo que pertenece a la diligencia de Garibay, como también que sigue a Rodrigo en lo de relacionar Fratricellos y Alumbrados. Para la enumeración de autoridades sólo nos queda la del americano Enrique Carlos Lea, especialista en historia de la Inquisición, el cual habla de los herejes de Durango en su hermosa monografía sobre la Inquisición medieval (H. Ch. Lea. A History of the Middle Ages, tomo III. Nueva York, 1906, p. 169). Viene ocupándose de los Fratricellos y de su aparición en España y dice que "probablemente fue de la misma naturaleza una herejía que en 1442 se descubrió en Durango". Sigue la referencia de la Crónica de Juan II, añadiendo por su parte que "la historia de que Alfonso predicase el libre comercio sexual es dudosa o una de las acostumbradas exageraciones". Los herejes presos y llevados a Valladolid y a Santo Domingo de la Calzada fueron torturados para arrancarles la confesión y los obstinados fueron quemados en gran número. Los sectarios se llamaban Terceras. Lea cita como fuentes, además de la Crónica, a Garibay, Mariana, La Puente, Rodrigo, Páramo y Menéndez y Pelayo