Lurraldeak

Gipuzkoa

Abierta al mar Cantábrico que marca su limite septentrional, en el istmo que une la península ibérica al continente europeo, y separada de Lapurdi tan sólo por el curso bajo del Bidasoa sobre el que se constituye a través de la sección occidental del Pirineo el paso más accesible entre los dos estados, Gipuzkoa ha supuesto a lo largo de la Historia una vía de relaciones muy variadas entre el interior peninsular y la Europa continental. Al Oeste, Sur y Este limita con las provincias hermanas de Vizcaya, Alava y Navarra, formando con las dos primeras desde 1979 la Comunidad Autonómica de Euskadi. Así pues, rodeada en todas direcciones por territorios vascos, ha conseguido mantener mejor ciertos rasgos culturales que, como el euskera, conforman la individualidad vasca.

Latitudinalmente se extiende entre los 42° 58' 10" Norte (Pico de las tres mugas de la Sierra de Aitzkorri-Urkilla) y los 43° 23' 31" Norte (cabo de Higuer). En longitud queda delimitada entre los 2° 37' 0. y 1° 44' 0. según el meridiano de Greenwich. Su situación latitudinal, en plena zona templada, y su apertura al mar constituyen dos factores decisivos al valorar diversos aspectos del medio físico, haciendo de Gipuzkoa un territorio eminentemente oceánico, más semejante a la Europa del Noroeste que a la mayor parte de las tierras peninsulares. Consta en total de 1.997 Km.².

Las formas topográficas -el relieve- y los rasgos climáticos, en cierto modo afines a la vecina Bizkaia, han contribuido eficazmente a la organización del espacio guipuzcoano y deberán tenerse en cuenta a la hora de explicar tanto formas de asentamiento como modos de vida y paisajes. Gipuzkoa ofrece una topografía enormemente accidentada, en la que montañas, sierras, colinas y valles se suceden sin dar ocasión a las llanuras: sólo es posible encontrar algunas depresiones de cierta entidad en sectores muy concretos del litoral y al pie de las sierras divisorias. Esto queda perfectamente claro, si se considera que apenas una décima parte del total provincial ofrece una pendiente inferior al 15 %. Pero tampoco se trata de tierras altas; una valoración altitudinal del espacio nos sitúa ante el hecho de que las tierras con altitud inferior a los 200 m. suponen aproximadamente el 60 % del total.

Superficie evaluada según zonas altimétricas
Fuente: Atlas Nacional de España.
Menos de 200 m.1.147 km.²
De 201 a 600 m.510 km.²
De 601 a 1.000 m.285 km.²
De 1.000 a 2.000 m.55 km.²
Total1.997 km.²

Se observa de modo general un descenso altitudinal en sentido Sur-Norte, sucediéndose por otro lado un modelo topográfico en el que alternan montes con depresiones. Los puntos más altos forman parte del conjunto serrano meridional que actúa como límite provincial entre Gipuzkoa y Álava, y como divisoria de aguas atlántico mediterráneas: son las sierras de Aralar, Aitzkorri, Elguea, en las que sobresalen los picos de Aketegui (1.544 m.), Aratz (1.442 m.), Irumugarrieta (1.427 m.), Larrunarri o Txindoki (1.341 m.), así como otras cumbres de menor entidad. Al pie de estos escarpes serranos se abre la depresión de Beasain-Vergara, de aspecto arrosariado, creada por sobreexcavación fluvial sobre materiales blandos y delimitada hacia el norte por otra alineación de carácter montañoso en la que destacan el monte Izaspi (969 m.), Pagotxeta (930 m.) e Irukurutzeta (895 m.), que a pesar de sus modestas altitudes consigue destacar claramente.

A continuación, y recorrido por el río Régil, se extiende hasta Elgóibar a través de Azpeitia y Azkoitia otro sinclinorio; en este sector, las características estructurales se aúnan a la naturaleza litológica dando como resultado dicha depresión. Prosiguiendo hacia la costa, se alzan de nuevo una serie de cumbres formando el conjunto de sierras prelitorales: Hernio, Erlo-Izarraitz, Pagoeta, Andatza, Andutz y Arno a través de los cuales se abren paso los ríos hacia su curso bajo. El sector costero o septentrional, finalmente, está formado por un pasillo de tierras bajas excavadas por los cursos fluviales, abiertas parcialmente al mar, que constituyen, por un lado, la depresión o surco prelitoral, y por otro, el anticlinal externo o sierras litorales, extendido en forma de arco desde Zumaia hasta Hondarribia, con Jaizkibel, Ulia, Urgull, Igueldo, Mendizorrotz, etc., como unidades diferenciadas. Es el Beterri guipuzcoano, de topografía menos complicada, opuesto al Goierri, a las altas tierras meridionales. En resumen, tres conjuntos morfoestructurales en sentido Norte-Sur entre el litoral y las tierras altas meridionales que conforman la divisoria:

  1. Una banda de tierras bajas formando un pasillo entre los pliegues litorales, abierta en Oiartzun, corredor del bajo Oria y Zarautz.
  2. Conjunto más accidentado con dominio de crestas calcáreas, alternando con corredores como el de Zumárraga, Legazpia, Beasain y Azpeitia, de origen mitad estructural, mitad por erosión diferencial.
  3. Cordal montañoso meridional en el que se alojan los puntos más elevados de la provincia.

En sentido Este-Oeste la topografía ofrece idénticas características: talwegs e interfluvios se alternan regularmente, creados por la red fluvial que se sobreimpuso a la estructura alpina.

Los rasgos morfoestructurales que conforman las tierras interiores se ponen de manifiesto en el reborde costero que desde la bahía de Txindugi, en el estuario del Bidasoa, hasta la pequeña playa de Saturrarán, se extiende a lo largo de poco más de 60 Km. Es una costa de aspecto regular, con predomiruo de formas debidas a la abrasión, acantilada y de escasas pero pintorescas playas. En conjunto describe un arco con la concavidad mirando al Norte, seccionado por los cursos fluviales en cuyas desembocaduras se han constituido pequeñas rías-estuario, parcialmente taponadas por los sedimentos postflandrienses, como en el caso de las de Deba o Zumaia sobre los ríos Deba y Urola. El proceso de regularización de la costa, iniciado tras la última transgresión, se pone igualmente de manifiesto en las rasas o plataformas de abrasión formadas por retroceso de los acantilados sobre el flysh, bien visibles en el sector costero central -rasa de Zumaia- quedando algunos reductos de erosión a modo de pequeños islotes, más tarde unidos a la costa por un tómbolo, como la isla de San Antón, el ratón de Getaria, en el que se aloja el refugio portuario al que arribó Juan Sebastián Elcano tras su viaje alrededor del mundo.

Más al Este, la rasa de Zarautz interrumpe esta costa acantilada; en ella se ha formado el sector de playa más extenso de Gipuzkoa. Luego y tras la ría de Orio se abre la hermosa bahía de la Concha donostiarra, flanqueada por los montes de Igueldo y Ulía y partida en dos por el tómbolo que une Urgull con la costa, formado con los aluviones arrastrados por el Urumea, sobre el que se asienta la parte vieja de la ciudad. En el sector más oriental continúa el carácter rectilíneo y acantilado del litoral solamente interrumpido por la abertura que da paso al puerto de Pasajes instalado sobre la ría estuario del río Oiartzun. El último accidente costero lo constituye el cabo de Higuer, cerrando la bahía en la que desemboca el Bidasoa, en forma también de estuario, en avanzado proceso de colmatación y que traza la raya fronteriza entre Gipuzkoa y el país vecino.

El relieve guipuzcoano es resultado de un proceso morfogenético en el que si bien la naturaleza del roquedo ha desempeñado un importante papel, la acción erosiva de los ríos y los rasgos estructurales se convierten en protagonistas. Tal proceso arranca para casi toda Gipuzkoa de finales del Eoceno, en la era Terciaria, cuando en las primeras fases del plegamiento alpino comienzan a emerger en forma de pliegues los sedimentos del fondo marino que separaba el umbral pirenaico y el macizo del Ebro (éste en fase de hundimiento) del macizo meseteño, pliegues que contribuirán al ensamblaje progresivo de las diferentes piezas que integran hoy el conjunto peninsular. No obstante, y aunque el dominio alpino es hoy predominante, es necesario remontarse al Herciniano si se quiere considerar la historia geológica de Gipuzkoa desde sus comienzos.

El sector Nororiental de la provincia forma parte de los macizos de Cinco Villas y Peñas de Aia surgidos en los periodos Devónico y Carbonífero de la era Primaria, constituyendo la parte más occidental del umbral pirenaico. Estos macizos fueron intensamente erosionados y disecados en los últimos periodos del Primario como lo atestiguan las bandas de conglomerados y areniscas permotriásicas de color rojo que rodean en bandas discontinuas los núcleos graníticos o esquistosos de los macizos. Los limites occidentales de estos terrenos paleozoicos pueden situarse de forma general en los cursos del Urumea y del Oria. Durante el Secundario apenas va a variar la amplitud de las tierras emergidas; sin manifestaciones tectónicas relevantes, dominan por el contrario los procesos erosivos y de este modo van constituyéndose, en los fondos marinos, potentes series sedimentarias cuya variedad denota las diferentes circunstancias climáticas por las que atraviesan los continentes vecinos, sometidos a la vez a invasiones periódicas del mar por otras tantas transgresiones y regresiones del nivel de las aguas.

La sedimentación triásica aparece representada en diversos manchones de arenisca y sobre todo por arcillas y margas del "Keuper" de color rojizo que en forma de diapiros llegaron a aflorar posteriormente, atravesando las series de sedimentos más recientes. Mayor entidad tienen los materiales jurásicos, calizas principalmente; pero es la sedimentación cretácica la que forma la mayor parte del territorio guipuzcoano. A ella corresponden las calizas urgonienses de Aralar, Aitzkorri, fuertemente karstificadas en la actualidad, y sobre todo los materiales de facies Flysh que en Gipuzkoa ofrecen una entidad particularmente importante. A lo largo del Eoceno y en vísperas de los primeros impulsos alpinos, continúa la sedimentación de facies Flysh (lo que denota una inestabilidad de los fondos marinos en vías de su emersión definitiva) y de areniscas tales como las que constituyen los pliegues costeros. En esta relación de la litología predominante, hay que citar la existencia de algún manchón eruptivo como el del macizo de Placencia en la cuenca del Deba.

El mayor o menor grado de plasticidad de dichos materiales, junto a la existencia de los macizos anteriormente emergidos que actuarán como topes de prensa, serán las circunstancias condicionantes de la actividad tectónica alpina inmediata -fines del Eoceno-, que dará lugar a la conformación de una estructura de estilo pirenaico: pliegues simétricos, vergentes hacia el Norte, o pliegues imbricados sobre las rocas más plásticas, o pliegues-falla, con cabalgamiento y algún manto del corrimiento. El sector más oriental y próximo a los macizos antiguos adopta un rumbo Noreste-Suroeste que se mantiene hasta la línea del Oria aproximadamente. A partir de aquí cambian la dirección en sentido Este Sureste-Oeste Noroeste de tal manera que, en conjunto, esta serie de anticlinales y sinclinales que se suceden paralelamente entre si, describen un arco de concavidad mirando al Norte, que queda ampliamente de manifiesto en la línea litoral. Es lo que algunos autores denominan como "arco vasco". A medida que se configura la estructura en estos términos, va a desarrollarse un proceso erosivo eminentemente fluvial. La sucesión de períodos climáticos especialmente húmedos y la particular disposición topográfica, con alturas decrecientes en sentido Sur-Norte, dan como resultado la instalación de una red fluvial que atraviesa perpendicularmente los pliegues.

El gran poder erosivo, debido al desnivel que en pocos kilómetros tienen que salvar entre su nacimiento y desembocadura, permite a estos ríos crear en sucesivas fases unos valles generalmente estrechos por la resistencia litológica ante el trabajo de excavado fluvial. Cuando el río se adapta a la conformación estructural, como sucede en contadas ocasiones, la sección del valle adquiere una relativa amplitud, caso por ejemplo del curso bajo del Oria en el tramo entre Lasarte y Orio. Otro tanto ocurre si los terrenos recorridos coinciden con materiales litológicos fáciles de vaciar, como en la depresión de Azpeitia sobre el valle del Urola. El proceso de incisión fluvial se desarrolla en etapas de diferente intensidad condicionadas por las variaciones del nivel del mar, según se trate de periodos glaciares o interglaciares, y a la alternancia de etapas de diferente caudalosidad. De este modo adquiere carácter cíclico puesto de manifiesto en las formas de los interfluvios. En la última fase erosiva que arranca de la transgresión flandriense, con la que se alcanza básicamente la forma litoral actual, el papel de los ríos como agentes erosivos pasa a segundo término, sustituida por un proceso de meteorización química y remoción de regolita por las abruptas pendientes.

El territorio guipuzcoano se desarrolla íntegramente en la vertiente cantábrica, a excepción de un pequeño sector al pie del macizo de Aitzkorri que vierte sus aguas al Mediterráneo a través del Alzania, afluente del Araquil. En una buena parte los limites territoriales se corresponden con las líneas divisorias de aguas, excepción hecha con Navarra, en donde nacen la mayoría de los ríos que riegan el sector nor-oriental de Gipuzkoa, como el Araxes, Leizarán, Urumea y Bidasoa. El conjunto está drenado por seis arterias de desigual tamaño que, en sentido Sur-Norte o Sureste-Noroeste se han sobreimpuesto a la estructura, dando como consecuencia valles encajados. Son de Oeste a Este: el Deba, Urola, Oria, Urumea, Oiartzun y Bidasoa.

  • El río Deba

Nace en la sierra de Elgea, recorre el sector occidental de la provincia y desemboca por la localidad homónima tras un recorrido de 54 Km. Su cuenca vertiente cubre 530,6 Km.², de la que recibe pequeños pero numerosos afluentes como el Aramaiona, el Ubera y el Ego por la izquierda, y por la derecha el Aránzazu, el Ezkarga y el Kilimón.

  • El río Urola

Formado por la unión de varias regatas procedentes de la sierra de Aitzkorri, el río Urola se mueve en dirección Sur-Norte hasta Azkoitia en donde toma la dirección Este contorneando el Izarraitz. Tras recorrer la vega de Azpeitia vuelve a correr más encajado; describe una serie de meandros y desemboca finalmente en Zumaia. Con sus 55 Km. de longitud se constituye en el segundo río guipuzcoano y junto con sus afluentes Urrestilla, Régil y Narruondo drenan una cuenca de 343 Km.².

  • El Oria

Es el mayor de los ríos de Gipuzkoa, y apenas tiene 66 Km. de longitud. Nace en la sierra de San Adrián y a su paso por el Goierri recibe el aporte de varios arroyos como el Ursuarán, el Agauntza o el Amundarain. En su curso medio aumenta el caudal por la llegada de afluentes procedentes de tierras navarras como el Araxes o el Leizarán. Hasta las proximidades de Lasarte se mueve en dirección al Noreste, pero desde aquí tuerce bruscamente hacia el Oeste y recorre la fértil vega de Usúrbil y Aguinaga, dibujando una serie de meandros para desembocar en Orio, a través de una pequeña ría-estuario que ha dado lugar a la creación de un puerto pesquero. En la estación de aforo de Andoain presenta un caudal de 13,8 m.³/seg., siendo por tanto el caudal relativo de 16 litros/seg. por Km.² de cuenca (cuenca vertiente: 860,9 Km.²), valor ciertamente elevado que a la vez puede ser exponente de los restantes ríos guipuzcoanos.

  • El Urumea

De características más modestas que los anteriores, baña también una pequeña porción de las tierras de Gipuzkoa. Procedente del macizo de Cinco Villas, en territorio navarro y tras recibir las aguas del Añarbe, entra en Gipuzkoa por Hernani y desemboca en San Sebastián. Tiene una longitud de 39,5 Km. y una extensión de cuenca de 266,1 Km.².

  • El Oiartzun

Nacido en las estribaciones de Bianditz, tan sólo tiene 16 Km. de recorrido; pero su importancia deriva sobre todo porque en su desembocadura ha permitido el asentamiento del puerto de Pasajes, uno de los más importantes de la cornisa cantábrica.

Para terminar con este breve repaso a los ríos de Gipuzkoa hay que citar al Bidasoa de cuyos 66 Km. de longitud sólo 9 transcurren en ella, a la vez que sirven de frontera internacional. Desde Endarlaza corre encajado en el macizo de Cinco Villas para abrirse, ya próximo a la desembocadura, entre Hendaya y Fuenterrabía, en la bahía de Txingudi. Su caudal medio es de 24,1 m.²/seg. en el curso bajo, siendo el caudal relativo de 34,2 litros/seg. por Km.².

Dado el intrincado carácter de la topografía, las vías fluviales son los caminos naturales de penetración desde la costa hacia el interior, constituyendo a su vez importantes ejes sobre los que se articula la vida de la región; es por ello que suelen servir de base para cualquier intento de definición comarcal. Como queda ya expuesto para cada río individualmente, se trata en general de ríos de corto recorrido debido a la escasa distancia entre la divisoria de aguas y el mar; pero el considerable desnivel que deben salvar entre el nacimiento y la desembocadura les confiere una importante velocidad y fuerza erosiva, particularmente en los tramos superiores, en donde presentan caracteres torrenciales. Es la de Gipuzkoa una red densa, aunque poco jerarquizada, ya que se organizan en arterias independientes, separadas por interfluvios claramente delimitados desde los que parten afluentes de escasa consideración.

A diferencia de los ríos cantábricos más occidentales la nieve apenas tiene importancia en la conformación de sus caudales, puesto que las cabeceras se sitúan por debajo de los 1.000 m.; en todo caso las precipitaciones nivales pueden contabilizarse como liquidas a efectos hidrográficos en la medida de que no hay retención y aporte posterior, porque se funden en las mismas fechas de la precipitación. Pertenecen pues a un régimen pluvial oceánico, caracterizado por un elevado caudal relativo y gran regularidad, o lo que es lo mismo, con escasa diferencia entre los módulos anuales. La curva de variaciones estacionales refleja el régimen de precipitaciones: altas aguas en otoño-invierno con un pico de máxima en el comienzo de la estación atribuible a la mayor precipitación y escorrentía invernal; máximo secundario en abril y mayo y aguas bajas en verano sin que lleguen a ser estiajes graves, motivados por el descenso en la cuantía de precipitación así como por la mayor pérdida por evaporación. De acuerdo también con el régimen de precipitaciones -que permite registrar valores muy elevados en secuencias temporales cortas-, los ríos tienen de común una acusada torrencialidad con bruscas crecidas de difícil previsión y mal definidas en cuanto a fechas. A efectos de aforos, regulación, etc., todos los ríos guipuzcoanos están integrados en la Confederación Hidrográfica del Norte de España.

El clima de Gipuzkoa, como el del resto del País Vasco perteneciente a la vertiente cantábrica, puede considerarse como templado oceánico, o templado húmedo, caracterizado por temperaturas moderadas con escasa oscilación térmica anual y abundantes precipitaciones, bien distribuidas a lo largo del año, aunque de menor cuantía en los meses estivales. Siguiendo la terminología de Köppen sería un clima CFb, es decir, templado, holohúmedo y de veranos frescos. En el litoral, tomando como ejemplo el observatorio de Igueldo, el régimen térmico presenta una oscilación anual de apenas 2º, ya que la temperatura media del mes más frío se sitúa en 8º, mientras que la de julio no sobrepasa los 19º. Unicamente los meses de enero, febrero y diciembre registran medias inferiores a 10º, y sólo sobrepasan los 18º julio, agosto y setiembre.

La misma moderación queda reflejada también en los valores extremos de las medias anuales: 16º y 10º; no obstante los valores máximos y mínimos absolutos registrados (38,6º y -12,1º respectivamente) se alejan notablemente de los valores promedios y denotan la posibilidad de tipos de tiempo muy cálidos -generalmente con viento Sur-, o muy fríos -con situación de Norte o Noreste- si bien de manera poco frecuente. La estación libre de heladas es de 280 días para San Sebastián y comprende desde el 2 de marzo hasta el 7 de diciembre. Los valores térmicos hacia el interior se extreman al debilitarse la influencia moderadora del mar o por aumento de la altitud; así Legazpia registra 6º y 20º en enero y julio respectivamente y su periodo libre de heladas se reduce a 220 días. Por su carácter oceánico general y debido a la inercia térmica del mar, es con frecuencia febrero, y no enero, el mes más frío del año; y por la misma razón agosto puede llegar a ser más cálido que julio.

Temperaturas medias mensuales, en grados º C (Igeldo)
Enero8Julio19
Febrero8Agosto19
Marzo11Septiembre18
Abril12Octubre15
Mayo14Noviembre11
Junio17Diciembre8
Temperatura media13

El promedio anual de precipitación es de 1.506 mm. en San Sebastián, cantidad importante si se tiene en cuenta el carácter moderado de las temperaturas. Las lluvias se reparten a lo largo del año de forma regular, aunque se registran en mayor cuantía durante el período invernal; de setiembre a enero se recogen cantidades que rondan los 150 mm. mensuales, luego se produce un descenso que culmina con 90 mm. en marzo, para remontar nuevamente hasta los meses veraniegos en los que se reduce otra vez. Unicamente en el mes de julio la evapotranspiración potencial supera a la precipitación, pero con todo, no puede hablarse de mes seco porque hay reserva de agua suficiente en el suelo para compensar las pérdidas. En este momento el índice de humedad es casi igual a la unidad, superándose dicho valor durante el resto del año, con máximos en diciembre y enero (8,4 y 6,2 respectivamente). El promedio anual de evapotranspiración potencial alcanza para Gipuzkoa los 709 mm., mientras que el exceso de agua sobre las necesidades de la vegetación equivale a 810 mm., ya que el total anual de precipitaciones duplica con creces a la que se pierde por evapotranspiración. Ello explica de alguna forma la importancia de los caudales fluviales, porque el suelo es capaz de retener tan sólo una parte de este exceso de agua, y el resto se pierde por escorrentía.

Precipitaciones medias mensuales, en mm. (Igeldo)
Enero137Julio95
Febrero108Agosto117
Marzo90Septiembre149
Abril102Octubre161
Mayo122Noviembre153
Junio96Diciembre177

El promedio anual de días de precipitación es de 199 para San Sebastián, cantidad muy notable tanto si se valora en el contexto climático oceánico como en el peninsular, con la particularidad además de que todos los meses presentan como promedio una cifra importante que varia entre 15 y 19 días con precipitación. No obstante, no existe una relación directa entre el volumen mensual de precipitación y el número de días en que éstas se producen; así sucede por ejemplo que octubre, ocupando el último lugar en cuanto a días con precipitación, es el tercero en relación con la cuantía mensual, y marzo registra la mitad de lo recogido en diciembre en tan sólo 4 días menos. De todo esto puede deducirse que la cantidad de lluvia recogida depende fundamentalmente de la intensidad de precipitación, y ésta aumenta en los meses de otoño-invierno.

Otro rasgo del régimen pluviométrico del clima guipuzcoano es el de la variabilidad interanual tanto del número de días de precipitación como de los valores mensuales, es decir, la escasa fidelidad que cada mes en concreto guarda a los promedios elaborados para un periodo largo. De ahí también la dificultad para "acertar" con el tiempo que va a hacer y el asombro ante las disparidades que se presentan entre periodos iguales de años diferentes. Pero unos meses se compensan con otros y el promedio anual tanto en días de lluvia como en cuantías varían poco de las magnitudes promedio. El cielo cubierto es también una casi constante de este clima oceánico, en el que los días despejados suponen apenas el 13 % del total anual. Esto, que contribuye a atenuar la insolación, dismimuye a la vez las pérdidas por irradiación y ayuda a moderar las temperaturas. En conjunto las condiciones climáticas reinantes en Gipuzkoa, como las del resto de la cornisa cantábrica, están más próximas a las de la Europa occidental que a las del resto peninsular.

En la configuración de este tipo climático desempeña un papel fundamental, de un lado, la posición de Gipuzkoa en la fachada Oeste del continente europeo, abierta al océano Atlántico, generador de masas de aire húmedas y de temperaturas moderadas, y de otro, la situación latitudinal, en plena zona templada, zona de circulación de los vientos del Oeste. Esta componente crea una atmósfera de tipo oceánico que a su vez arrastra borrascas con frentes asociados a ellas, producto de las cuales son muchas de las precipitaciones. Estas lluvias disminuyen en la estación veraniega cuando el anticiclón de las Azores, ascendiendo en latitud, cubre con su influencia estabilizadora gran parte del territorio peninsular. Tan importantes como las descritas son, en la configuración de los tipos de tiempo para Gipuzkoa, las borrascas asociadas al frente polar que barre estas latitudes en las estaciones intermedias fundamentalmente. Todos estos factores se ven reforzados por la existencia del conjunto montañoso de los montes vascos que se oponen a la entrada de las masas de aire húmedas hacia el interior; éstas se ven obligadas a ascender y de este modo se desencadena un proceso de enfriamiento adiabático que eleva de modo notable la cuantía e intensidad de precipitación.

La posición del contrafuerte montañoso provoca además, en situaciones de tiempo diferentes, la conversión de los vientos de componente Sur en un viento foëhn, cálido por calentamiento adiabático al descender por la ladera septentrional. La disminución de la humedad relativa que dicho calentamiento comporta da lugar a un cielo despejado con aumento de la insolación y de las temperaturas por tanto, y es precisamente con situaciones de este tipo cuando se han registrado las máximas térmicas para Gipuzkoa. En otoño y primavera los vientos del Oeste se debilitan, moviéndose lentamente y describiendo surcos y vaguadas que permiten la alternancia de flujos procedentes del Norte o del Sur con lo que el tiempo se hace más cambiante.

A pesar de la variedad litológica del territorio, los suelos guipuzcoanos ofrecen cierta homogenidad. Ello es debido a la abundante presencia de precipitaciones que lavan los suelos dejando en superficies un horizonte particularmente ácido. Por otro lado, la secular presencia de bosque de frondosas con su aportación en materia orgánica contribuye también a borrar las diferencias. Son suelos jóvenes, de perfiles poco evolucionados y horizontes no bien diferenciados ya que la intensa erosión a que se ven sometidos por la configuración del terreno en formas de pendientes acusadas no permite procesos de constitución suficientemente largos. Hay un arrastre de regolita y suelos que terminan en la formación de depósitos de ladera, mezcla de roca meteorizada y suelo, de gran interés para el aprovechamiento agrícola. El tipo de suelo más generalizado es el llamado tierra parda caliza, ácido, con horizontes superiores descarbonatados aun cuando procede de roca madre caliza, pero sometido a un intenso lavado por las continuas y abundantes precipitaciones. Aunque no tan frecuentes, hay ejemplos de suelos pardos tipos "Ranker", Ranker húmedo, formados a partir de roca madre silécea, sobre todo en el sector oriental de Gipuzkoa.

En este medio templado-oceánico, de abundantes precipitaciones y temperaturas moderadas, se integra en la llamada región florística Eurosiberiana de la que participa también el conjunto de Europa occidental a excepción de los extremos Norte y Sur, y dentro de esta región a la provincia atlántica de la que forma parte igualmente el sector septentrional de la península Ibérica. Es el dominio del bosque mixto caducifolio integrado por especies tales como el roble, en sus variedades carvallo -Quercus robur- y marojo -Quercus Pyrenaica- o el haya común -Fagus silvática- constituyendo formaciones boscosas uniformes. Si bien estos árboles son los dominantes, aparecen otras especies como el fresno, aliso, chopo, abedul, castaño, etc., entremezclados con los anteriores. El roble encuentra aquí su medio adecuado; es árbol que requiere mucha humedad, soporta bien los suelos ácidos y poco resistente a las bajas temperaturas; su dominio espontáneo se desarrolla entre el mar y los 500 ó 600 m. de altitud, a partir de cuya altitud viene a ser sustituido por el haya, más resistente a las bajas temperaturas pero muy exigente también respecto a la humedad.

El hayedo constituye actualmente las formaciones boscosas de carácter espontáneo más importantes de Gipuzkoa, aunque sólo cubre algo más de 11.500 hectáreas, en forma de bosques umbríos y carentes de sotobosque ya que la particular disposición horizontal de sus hojas dificulta la penetración hasta el suelo de la luz solar. Como degradación subespontánea de estas especies arbóreas aparece la landa atlántica compuesta de matorrales y plantas herbáceas entre las que destacan el brezo (Erica), tojos, argomas, aulagas y helechal. La intensa y continuada acción antrópica ha transformado de manera particularmente notable estas formaciones espontáneas o subespontáneas dejándolas reducidas a extensiones de escasa entidad. Los robledales fueron replegándose sistemáticamente a medida que aumentaba el número de explotaciones agrícolas, de caseríos, desarrollándose por vertientes y laderas o eran convertidos en pastizales para el aprovechamiento ganadero.

La madera había de servir de combustible en las ferrerías o como materia prima para la construcción de viviendas, embarcaciones y en los molinos papeleros. Parte del robledal fue sustituido por el castaño (Castanea sativa) cuyo fruto formaba parte de la dieta alimenticia de la familia campesina y, aunque más tarde iba a decaer afectado por el mal de la tinta o por su utilización para la fabricación de muebles, conoció un gran desarrollo y puede considerarse como especie casi espontánea del país. Desde el siglo XIX y con una intensidad particularmente creciente en los últimos años, han adquirido un gran desarrollo las coníferas y especialmente el pino insigne (Pinus radiata) hasta llegar a ser la especie arbórea de mayor dominio en la provincia, llegando a cubrir incluso antiguas tierras de labor. Introducida aquí a través de Don Adán de Yarza que la importa de California, ha sido el árbol preferido en las repoblaciones, tanto desde organismos como por particulares gracias a su rápido crecimiento y adecuada aclimatación. Se ha repoblado también con otras especies más o menos exóticas como el alerce, el abeto Douglas o el ciprés Lawson pero en cantidades mucho más reducidas. En la actualidad la superficie forestal (incluyendo bosque, matorral y pastizal) cubre el 78 % del total provincial. De sus 199.700 Has. corresponden a bosque 118.850 Has., es decir, el 59,5 %, destacando las coníferas que totalizan 73.500 Has. equivalentes al 62,5 % de la superficie poblada. Las frondosas, tan importantes en épocas anteriores, tan sólo constituyen el 28,3 % de dicha superficie con un total de 33.740 Has., de las cuales el haya cubre algo más de 11.500 Has. y 2.700 el roble. A estas cantidades hay que añadir otras 11.600 Has. cubiertas por un bosque mixto, mezcla de frondosas y coníferas. La distribución de la propiedad de las masas forestales en Gipuzkoa denota un claro predominio de las pertenecientes a particulares, alcanzando éstos el 86 % del total. Los montes del Estado y los pertenecientes a entidades municipales, a veces en régimen consorciado, equivalen al 14 % restante.

Distribución de la propiedad de las masas forestales
Hectáreas%
Montes del Estado7870,7
Montes consorciados3.5973
M. de utilidad pública no consorciados12.42310,4
Montes de particulares102.04385,9
TOTAL118.850100

Tal desequilibrio es el resultado de la gran intensidad con que se llevó a cabo el proceso desamortizador en Gipuzkoa. Con anterioridad a ello, puede aceptarse que la inmensa mayoría de los montes y pastizales eran de aprovechamiento comunal, perfectamente institucionalizados y regulados a partir de la Ordenanza general de 1457 y que suponía un área de explotación ganadera así como la fuente de obtención de recursos para el campesino en forma de leña o madera para la construcción de sus viviendas. Las primeras transacciones de los bienes comunales fueron permitidas muy tempranamente; los Ayuntamientos, tras la guerra de la Independencia, se vieron en la necesidad de recurrir a la puesta en venta de los comunes en situaciones a veces poco regulares para resarcirse de las pérdidas ocasionadas por el conflicto bélico.

Los compradores, dueños a su vez de las tierras cultivadas, incorporan los nuevos lotes, "los pertenecidos", a las unidades de explotación ya existentes, formando de esta manera conjuntos más amplios pero respetando el aprovechamiento forestal o convirtiéndolos a lo sumo en praderas por lo que la superficie agrícola se mantiene sin variaciones. La explotación forestal valorada como subsector agrario tiene en Gipuzkoa una escasa incidencia, representando el 1,93 % de la producción final agraria, equivalente a 149 millones de ptas. en 1978. Ese año se extrajeron 234.000 m.³ de madera, pertenecientes en su casi totalidad a particulares, ya que la extraída de montes consorciados y de utilidad pública supusieron solamente el 6,1 % del total.

La organización del territorio guipuzcoano constituye una original síntesis entre medio físico e intensa aportación humana a lo largo de un pasado secular. El ambiente atlántico crea las bases, si no necesarias, al menos favorables para el desarrollo de una actividad ganadera como fuente de riqueza primordial. La agricultura, por el contrario, adoleciendo de una escasez de tierras llanas para su instalación, fue organizándose, no sin dificultades, a través de la fórmula original del caserío; y a medida que la población y sus necesidades alimenticias crecían, fue haciéndose necesario la ampliación del terrazgo y la creación de nuevas instalaciones agrarias a expensas de las zonas de bosque. De este modo se alcanza una intensa ocupación del territorio con poblamiento en diseminado, intercalado entre entidades de mayor rango que cubre la casi totalidad de la provincia. No existe la dicotomía ager por un lado, saltus por otro; ambos se entremezclan y yuxtaponen dando una nota constante de presencia humana. Siendo como es la ganadería la actividad principal dentro del sector primario, se comprende la importancia que ella tiene en la configuración del espacio rural.

A ella se dedica una buena parte del territorio en forma de pastos naturales o de tierras cultivadas. Los caseríos se constituyen en explotaciones básicamente ganaderas, para la producción de leche y carne; el ganado se mantiene en régimen estabulado o combinando la estabulación con un pasto libre, y en torno a él gira la casi totalidad agrícola. De las tierras cultivadas que integran la explotación, organizadas y dispuestas en torno a la vivienda, más de la mitad en general se destinan a la producción forrajera en forma de praderas y cultivos forrajeros. Desde que en el siglo XIX el caserío opta inequívocamente por la especialización ganadera, los cultivos tradicionales como el trigo, lino, etc., desaparecen o quedan relegados a un segundo término en favor de aquellos otros orientados al mantenimiento de la cabaña bovina.

Tan sólo quedan, como supervivientes de aquella explotación tradicional, los frutales -entre los que destaca el manzanal para la producción de sidra- y las legumbres u hortalizas destinadas al abastecimiento familiar o comercializados en mercados urbanos próximos. Así pues el paisaje agrario se configura como un espacio de policultivo, con clara orientación ganadera, organizado y estructurado sobre el caserío, unidad básica de explotación; paisaje con predominio de campos abiertos (las cercas aparecen en todo caso rodeando el conjunto de la explotación) pero con apariencia de boscaje por la estrecha convivencia entre cultivos y masas forestales. En la segunda mitad del siglo XX ha habido una auténtica fiebre repobladora a expensas incluso de antiguas tierras de labor, y especies como el pino insigne han terminado por invadir gran parte del territorio. Pero sea cual sea la especie arbórea, el hecho es que existe un amplio predominio de las masas forestales en la configuración del espacio rural, tal como se señala en el apartado anterior.

En la zona costera, desde Hondarribia hasta Mutriku, donde las actividades agrícolas y ganaderas alcanzan el máximo de intensidad no ya sólo por la fuerte demanda ante grandes densidades de población sino porque además cuentan con las tierras más aptas para el cultivo, se desarrolla a la vez una actividad pesquera de larga tradición, basada, en general, en numerosos y pequeños puertos pesqueros, de forma que el paisaje ofrece una hermosa variedad de formas contraponiendo a la simplicidad del caserío la alegría del pueblo marinero. La actividad pesquera en Gipuzkoa adquiere en términos relativos una importancia notable, superior a Bizkaia tanto desde el punto de vista económico como en el de población a ella dedicada. De hecho en los años 80 del siglo XX los activos pesqueros equivalen al 2,5 % de la población activa frente al 1,4 % en Bizkaia; pero en términos paisajísticos ambas situaciones son comparables.

En resumen, ambiente atlántico y actividades agrarias preferentemente ganaderas en torno al caserío, unidad básica de producción y célula elemental de organización social, constituyen los dos estratos iniciales en la organización del espacio guipuzcoano; pero el florecimiento de numerosos centros urbanos tanto en la costa como en el interior ligado al rápido desarrollo de la actividad industrial, que a diferencia de otras regiones se caracteriza aquí por su dispersión espacial, va a dar lugar a importantes transformaciones tanto en el terreno económico como social y paisajístico. El campo pierde sus rasgos propios y se constituye en ámbito rururbano, prolongación en muchos aspectos de la vida ciudadana. Unicamente unos pocos y reducidos espacios -comarca de Aia, Valle de Régil- han conservado sin alteraciones el carácter rural de siempre. El resto presenta unos modos de vida mixtos: el casero comparte su jornada de trabajo entre la explotación agraria y la fábrica, instalada cerca de su propia casa, las instalaciones industriales se asientan en terrenos hace poco agrícolas y la proximidad, por su abundancia y dispersión, a los centros urbanos permite al habitante del campo acceder con facilidad a los servicios y alicientes de la ciudad.

No seria exagerado afirmar que el paisaje rural como tal ha dejado casi de existir ante la permanente presencia de la impronta urbana, a la que se añaden fuertes densidades de población y una intensa circulación de personas y mercancías. Las relaciones campo-ciudad que en las áreas en que ésta es deficiente o inaccesible presentan tensiones y desembocan en el éxodo rural con abandono de la actividad agrícola, en el caso guipuzcoano cobran un matiz muy diferente: la ciudad invade el campo y éste experimenta una mutación en todos los órdenes, convirtiéndose de algún modo en las zonas verdes de una pequeña región urbana y ante la permanente demanda de recursos para la ciudad en forma de suelo, agua, áreas de esparcimiento, productos alimenticios, etc., lo rural se convierte en el espacio reserva, y pierde con ello sus rasgos propios. De ahí la urgente necesidad de encauzar adecuadamente la respuesta que a tales demandas deba darse mediante planes de ordenación de tipo general o comarcal. Hay una expresión que pone de relieve esta constante presencia de lo urbano, cuando se dice "Gipuzkoa, nuestra ciudad".

A pesar de sus exiguas dimensiones la región cuenta con una red urbana muy densa y bien jerarquizada, formando parte de lo que Ferrer y Precedo han llamado el subsistema marítimo vasco. Pilotada por el área metropolitana de San Sebastián, de posición excéntrica respecto a su área de influencia, que descansa sobre un importante número de ciudades medias, bien distribuidas por todo el territorio, entre las que destacan Eibar e Irún, por su dotación funcional. Existen además otras 18 ciudades con más de 10.000 habitantes, bien dotadas de servicios, con capacidad para ejercer la capitalidad a nivel comarcal, que entran en competencia entre sí e incluso con la cúspide regional, San Sebastián, por la escasa distancia existente entre ésta y el resto de las ciudades de la red. La abundancia y proliferación de cabeceras comarcales dificulta todo intento de comarcalización basado en delimitaciones de ámbitos de influencia urbana; además hay centros dotados de un dinamismo reciente que de algún modo han usurpado la función rectora a las cabeceras tradicionales como ocurre con Beasain frente a Villafranca en el Alto Oria, o Mondragón en el Alto Deba en competencia con Vergara.

El crecimiento funcional de las ciudades guipuzcoanas ha sido paralelo al aumento en efectivos y a la expansión industrial; y ello, si bien ha tenido consecuencias positivas en la configuración de una región altamente urbanizada, se ha visto obstaculizada en cada caso por una falta de espacio ya que muchas de estas ciudades se hallan emplazadas en valles estrechos y de abruptas vertientes. Como consecuencia han sufrido un crecimiento longitudinal, siguiendo el eje fluvial que ha desembocado en la creación de conurbaciones al entrar en contacto unos núcleos con otros. Así en el alto Oria la expansión de Beasain llevó a la fusión de ésta con Villafranca que se prolonga por Lazcano y Olaberria; aguas abajo se produce un eje urbano entre Tolosa, Villabona, Andoain y el núcleo de Lasarte; fenómeno similar se ha dado entre Irún y Hondarribia; pero el ejemplo de conurbación más importante es el protagonizado por la unión de Ermua, Eibar, Elgóibar y Soraluce en la confluencia del río Ego con el Deba. Constituyen lo que Capel denomina "conurbaciones en ciudad lineal" resultado de una topografía especial frente al dinamismo urbano industrial.

De acuerdo con la comarcalización que utiliza corrientemente la Diputación Foral, las siete comarcas guipuzcoanas se componen de los siguientes municipios:

  • Donostialdea:

Andoain, Donostia, Errenteria, Hemani, Lezo, Oiartzun, Pasaia, Urnieta, Usurbil.

  • Bidasoa:

Hondarribia, Irún.

  • Deba Behea:

Deba, Eibar, Elgoibar, Mutriku, Soraluze.

  • Deba Garaia:

Antzuola, Aretxabaleta, Arrasate, Bergara, Elgeta, Eskoriatza, Gatzaga, Oñati.

  • Urola-Kosta:

Aia, Aizarnazabal, Azkoitia, Azpeitia, Beizama, Errezil, Getaria, Orio, Zarautz, Zestoa, Zumaia.

  • Goiherri:

Arama, Ataun, Beasain, Ezkio-Itsaso, Gabiria, Gaintza, Idiazabal, Itsasondo, Lazkao, Legazpi, Mutiloa, Olaberria, Ordizia, Ormaiztegi, Segura, Urretxu, Zaldibia, Zegama, Zerain, Zumarraga.

  • Tolosaldea:

Abaltzisketa, Aduna, Albiztur, Alegia, Alkiza, Altzo, Amezketa, Anoeta, Asteasu, Belauntza, Berastegi, Berrobi, Bidegoian, Billabona, Elduain, Hernialde, Ibarra, Iruerrieta, Irura, Larraul, Leaburu-Gaztelu, Legorreta, Lizartza, Orexa, Tolosa, Zizurkil.

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