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Fábricas de Armas

En 1573 Felipe II concedió el rango de Reales Fábricas (RR.FF.) al conjunto de talleres que se dedicaban a la producción de armas en Bizkaia y Gipuzkoa, estableciéndose una sede permanente, la Errege-Etxea o Casa del Rey, en Placencia de las Armas-Soraluze. No se trataba de una verdadera fábrica, sino de un centro administrativo desde el que el veedor real ejerciera su función de control y recepción de la producción. Pero poco tiempo después este funcionario recibió la orden de encargarse también de la supervisión de la producción privada, cuya fabricación y venta había gozado de cierta libertad hasta aquel momento. El temor a que esas armas cayeran en manos del enemigo llevó a la corona a ampliar la jurisdicción de su representante, estableciendo que cualquier arma que fuera comercializada sin el beneplácito del funcionario real fuera considerada contrabando y requisada por las autoridades. Como consecuencia de ello desde comienzos del siglo XVII la producción armera vasca quedó, salvo excepciones puntuales, vinculada exclusivamente a la demanda militar y las posibles infracciones sometidas a la jurisdicción única del veedor de las RR. FF..

Estos cambios afectaron también a la producción de armas blancas. Desde mediados del siglo XVI, la fábrica real de Eugi (Navarra) se había dedicado a la fabricación de pelotería, y tras el traslado a la misma de cierto número de artesanos procedentes de Milán en 1595, incorporó a su fabricación el armamento defensivo, armaduras y rodelas, que hasta entonces era importado de Italia. Debido a las dificultades que estaba atravesando y a la escasa idoneidad estratégica de su localización las autoridades decidieron trasladarla a Gipuzkoa, surgiendo así, en 1630, la Real Armería de Tolosa. Esta institución cumplía una doble función, por un lado era un establecimiento manufacturero administrado por la corona donde todos sus trabajadores eran empleados a sueldo del rey. Al mismo tiempo, ejercía la labor de recepción de las armas blancas que con destino a la corona se fabricaban en los talleres de la región al igual que se hacía en Placencia con las de fuego.

La coexistencia de ambos centros en un espacio geográfico relativamente limitado hizo que la corona instituyera en 1640, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años, la superintendencia de las fábricas de armas de Gipuzkoa y Bizkaia. Sus competencias tenían un carácter económico y administrativo, siendo su función principal conseguir que las fábricas de armas rindiesen al máximo de su capacidad.

Desde la creación de las RR. FF. su financiación dependió directamente de las partidas establecidas por la Hacienda Real para este fin, pero los problemas financieros de la monarquía española perjudicaron al devenir de la producción armera de finales del XVI y comienzos del XVII. Para hacer frente a esta situación les fueron consignados, para sus gastos ordinarios, 20.000 ducados procedentes del subsidio y el excusado de los obispados de Burgos y Calahorra. Esta cantidad fue incrementada hasta los 60.000 ducados en 1651, procediendo los 40.000 ducados extra de la renta de millones. A pesar de estar consignadas las partidas, el dinero se abonaba normalmente tarde y en cantidades inferiores a las establecidas, por lo que fue necesario establecer partidas extraordinarias para poder librar los importes adeudados.

A pesar de ello la producción de armas en el País Vasco durante el siglo XVII aumentó notablemente gracias a la favorable coyuntura bélica de la época, aunque según los testigos contemporáneos, los niveles de producción estuvieron siempre por debajo de la capacidad de producción óptima de la provincia, que se estimaba en unas 20.000 unidades anuales.

Cantidad media anual de armas portátiles adquiridas por la corona en el País Vasco (siglos XVI y XVII)
Tipo de armas1568-741602-051618-231629-411685-90
7 años3 años4 años12 años6 años
Fuente: Carrión (2000), p. 266.
Picas y lanzas2.9262.1279.4046.5312.830
Arcabuces2.5438.0996.0605.8072.945
Mosquetes7572.1242.8787.8621.487
Arcabuces arzón---125-
Pistolas---995997

Una de las consecuencias de la vinculación exclusiva de la fabricación de armas a la demanda militar fue la desaparición de todo tipo de estímulos para la innovación. Toda la producción debía ajustarse a los modelos que los veedores custodiaban en las instalaciones de las fábricas y la insistencia de la corona en dotar a sus hombres con anticuadas armas de llave de mecha hasta finales del siglo XVII, unida a la imposibilidad de los armeros vascos de acceder al mercado privado, hicieron que la armería vasca sufriera un importante atraso tecnológico con respecto a otros centros armeros españoles y europeos.