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GIUDICE, Cardenal de

Gran inquisidor de España, fue exilado a Baiona en tiempo de la reina María Ana de Neubourg. En una de las cartas dirigida por la princesa de los Ursinos a Madame de Maintenon, le decía: "Ahí tenemos pues al cardenal Giudice al que puedo contar en el número de mis enemigos, aunque él diga que me está obligado". Y aparentaba estar extrañada, cuando en realidad ella debía saberlo mejor que nadie, pues el gran inquisidor de España había sido nombrado embajador en la corte de Francia para que no pudiese seguir oponiéndosele. Francisco Giudice era hombre de ingenio, de valor y de intrigas. La primera vez que pasó por Baiona, el 7 de abril de 1714, la Corporación municipal le hizo una visita con trajes de ceremonia. Llamado a Madrid por Felipe V, fue bruscamente detenido en el camino por una orden de exilio del rey de España que le asignaba Baiona como residencia. Aquí encontró a la otra ilustre víctima de Mme. de los Ursinos, María Ana de Neubourg. El cardenal encontró un alojamiento preparado. "El mismo día de su llegada, 19 de septiembre, celebró una larga conferencia en la residencia de la reina con el príncipe Pío, familiar de Felipe V y que éste le había enviado para intimarle a cumplir la orden de interrupción de su viaje. Al día siguiente cenó con el obispo de Baiona. "El príncipe Pío se encuentra aquí desde el viernes". El 19 de septiembre mandó a Tercy al regidor Daguerre, que le tenía al corriente de los acontecimientos y de las intrigas de Baiona. "El cardenal de Giudice llegó ayer al mediodía y estuvieron hasta la media noche en la residencia de la Reina. Hubo una reunión y baile hasta las tres. Pero creo que acudieron a él por la noche. Monseñor nuestro obispo le ofrece mañana una cena. No sé si podrán hacer las paces con la Reina influida por malos espíritus. Esta buenísima princesa tiene la debilidad de escucharles". El cardenal hizo las paces con la reina viuda y estas dos víctimas de la princesa de los Ursinos, decidieron aprovechar el paso por Baiona de la nueva reina, Isabel Farnesio, para preparar la desgracia de la otra. Juntos celebraron largas conversaciones de las que era tema principal el motivo que los consagraría como mártires. El señor de Saint-Aigan, que había sido enviado por Luis XIV a Baiona para saludar a Isabel de Farnesio, fue asaltado por las quejas del cardenal de Giudice y del obispo de Baiona, aunque hubiese querido esquivar su visita. Giudice estaba enemistado con la corte de España y Druillet no se había reconciliado aún con la Reina viuda. Saint-Aignan no sabía verdaderamente qué decirles. "Yo había fingido una indisposición que me obligaba a estar retirado y como el cardenal no estaba bien tampoco, pensé que iba a librarme. Pero nada de eso, en el momento en que menos pensaba en él, le vi llegar a mi casa y se quedó durante una hora informándome de sus asuntos, cosa que no me importaba, pero a lo que respondí con mucha atención", pero el odio violento que profesaban a la princesa de los Ursinos, la reina María Ana de Neubourg y el gran inquisidor, y que tuvo como resultado hacer caer a la camarera mayor, no sirvió de provecho más que a este último, pues mientras el exilio de la reina en Baiona debía durar veintiséis años más, el cardenal de Giudice fue llamado pronto a la corte de España. El rey Luis XIV, que había sabido apreciarlo durante el período de su última embajada en París, aconsejaba él mismo a su nieto que lo llamase cerca de él. Durante este tiempo, el cardenal ocupaba en Baiona una situación muy ventajosa. La reina viuda lo trataba como al mejor y más querido de sus amigos. Y aunque retenido frecuentemente en su residencia por una indisposición dolorosa, frecuentó asiduamente las reuniones y los bailes. Trata de igual a igual con Felipe V, que le envía correos sin cesar. Finalmente la súbita caída de la princesa de los Ursinos, hizo llamar a toda prisa al Cardenal de Giudice a Madrid. El despacho, que llevaba la fecha del 29 de enero, anunciaba que el Rey le enviaba hasta Pamplona / Iruña relevos de sus propias cuadras para que pudiese llegar más deprisa. Poco tiempo después el cardenal de Guidice estaba en el culmen de su poder. Ref. Edouard Duceré: Dictionnaire historique de Bayonne, 2 vols, Bayonne, 1911-1915.