Kontzejuak

GOÑI

El lugar es cuna de la leyenda de Teodosio de Goñi recogida, ya en versión crítica ya en literaria, por diversos autores. Altadill localizó y describió el castillo de su nombre con estas palabras: "Hállase la fortaleza muy vetusta, emplazada hacia el lado E. en una elevación del terreno accidentado por estribaciones laberínticas, derivadas de las sierras de Andía y Urbasa; linda el paraje con el Valle de Ollo por Oriente, con los pueblos de Aizpún y Urdanoz por el Sur y con el de Munarriz por Poniente. El castillo afecta la forma de pirámide truncada de unos 12 m. de altura, desmantelada y desprovista de su remate, tapiadas sus saeteras y almenas, con algún indicio de salientes garitones y claros residuos de los muros venidos en parte a tierra, como lo son también los murallones de escarpa y contraescarpa que tal vez algún día formaron una defensa circunvalante, junto a la cual se ven todavía algunos casetones menos vetustos, ruinosos en parte o en totalidad. En ruinas también se hallan dos ermitas próximas bajo las advocaciones de San Esteban y Santa Quiteria, más otra bajo el patronato de San Miguel, en testimonio de perdurar la tradición de que entre el boscaje inmediato se había visto alguna vez el Santo Arcángel acercándose al penitente asceta D. Teodosio de Goñi, personaje histórico originario de su casa solar y nativa, caballero al que dio celebridad el hecho de haberle libertado de su penitencia el Arcángel San Miguel, rompiéndose las cadenas que Teodosio arrastró siete años consecutivos cumpliendo así la pena impuesta por el Pontífice a D. Teodosio." No por tópica es menos interesante la descripción del célebre novelista Navarro Villoslada en el capítulo I de su Amaya o los vascos...: "En la cumbre de una colina que se alza en medio del valle de Goñi (hoy de Guesalaz) formando el vértice de su principal recodo, descollaba un edificio tan antiguo que ya en el siglo VIII, se conocía con el nombre de Gasteluzar o castillo viejo, muy en armonía con la generalizada denominación euskara; tanto su construcción interior como las de sus muros y fachada, transportan nuestra imaginación a lo vago del tiempo inmemorial. No vayamos a figurarnos esa fortaleza ceñida de fosos, coronada de almenas y de trecho en trecho circundada de cubos cilíndricos o torreones cuadrangulares; estos primeros recursos de la arquitectura militar, son invenciones modernas para Gasteluzar, contemporáneo quizá de los monumentos pelásgicos y ciclópeos, con los cuales tenía ciertas analogías y semejanzas. Era un vasto edificio de planta rectangular, sencillo como toda idea primitiva y tosco como todo ensayo. Dábanle aquel sello de grandeza que habían de conservar sus mismas ruinas, peñas enormes rudamente labradas y dispuestas en seco, con esa misteriosa nivelación, obra del arte o de la paciencia, que pueblos poco posteriores al diluvio legaron a la admiración de siglos más civilizados; interrumpían la uniformidad de sus cuatro lienzos, profundas bocas que servían a la vez de ventanas y saeteras, coronando la ingente fábrica tejado de anchas y delgadas losas, cubierto de nieve gran parte del año, y cuando no, de negro musgo y plantas parietarias. Bien es verdad que este manto funeral entapizaba todo el edificio, amén de la yedra secular que en las fachadas del Norte y Occidente, se agarraba a todas las junturas, como si no satisfecha de la solidez del gigantesco monumento trátase de sostenerlo con nervudos brazos. El que movido de curiosidad quisiera reconocer hoy las ruinas de Gastelua, apenas hallaría más que su nombre; pero si aquella mole berroqueña, negruzca, agujereada, reapareciese tal como existía en mayo del año 711, dominando torrenteras y barrancos y anonadada a su vez por inaccesibles riscos, bosques impenetrables y sierras de primera magnitud, que le servían de antemural, difícilmente se persuadiría de que la ventura pudiera anidar en tan adusta vivienda. Pero esa ave misteriosa que llamamos felicidad, al descender de los cielos, mira con indiferencia climas y lugares y sólo busca sencillos y virtuosos corazones; y en ellos se posa sin que le arredren hielos, ni la enerven calores, ni la espanten asperezas y soledades... Desde las ventanas del castillo podían sus moradores contemplar todos sus estados, y si no veían mucho, en cambio era suyo cuanto su vista alcanzaba... Desde ningún punto se descubren mejor que desde Gasteluzar las románticas bellezas del paisaje. Diríase que a la fundación del castillo habían concurrido el instinto de propia defensa y el sentimiento de lo bello. No lo extrañemos; las obras humanas, en tiempos en que no existen filósofos, suelen rebosar filosofía... De allí, en efecto, la vista abarca todo el valle que le ciñe con sus crestas de rocas cenicientas y sus fragosos bosques de verdes hayas, parduzcos robles y espinosas carrascas y se descubre entre las copas de un encinar el pie de los riscos que cierran el valle de Guesalaz en una hondonada, que llaman la artesa de Munarriz... Sobre el barranco formado, está situado Goñi, cabeza del valle y en sitio eminente como su nombre lo indica: en alto yo... No obstante su corto vecindario, ha llegado a tener cuatro palacios, tres de los cuales, por lo menos, se han disputado el honor de haber sido solar del célebre Teodosio de Goñi, hasta que por repetidas sentencias de Real Consejo de Nabarra, en el siglo XVI, se adjudicó esta gloria a Jaureguizar (Palacio Viejo), condenando a sus opositores a perpetuo silencio. Jaureguizar que en el siglo VIII no conocía rivales y se llamaba sencillamente Jaureguia (el palacio, la casa del Señor) era en efecto la residencia habitual de Miguel de Goñi y su familia, porque el castillo, a semejanza del templo de Jano, se cerraba en tiempos de paz y sólo se abría cuando estallaba, o por mejor decir, se recrudecía la perpetua guerra a la que la región vascónica estaba condenada." Los habitantes del pueblo de Goñi fueron libertados de cierta pecha por el rey en 1435. En 1462 donó el rey las pechas de Goñi y su jurisdicción baja y mediana a Juan de Bearin, escudero. En 1514 pertenecían dichas pechas a Oger de Medrano y María Ana de Bearin, su mujer. En 1543 los pueblos de Aizpún, Goñi y Urdánoz redimieron las pechas que pagaban a D.° Catalina Medrano y sus hijas, como sucesoras de Juan de Bearin, quienes recibieron por ello 700 ducados. En cumplimiento de la ley de desamortización del 1 de mayo de 1855 se vendió en esta localidad, en 1863, un molino en Arteta. [Ref. R. G. CH. "La D. C. en N."].