Jaialdiak-Ekimenak

Fiesta de las Mayas

"La verdadera fiesta de las mayas dice Gregorio Mujica en los años 30, la de la reina de mayo, la de las muchachas primorosamente ataviadas, la de las canciones, panderos y óbolos generosos, casi ha desaparecido de nuestro país. Apenas si quedan vestigios vivientes de ella fuera del Baztán y de algún otro valle del reino de Navarra. ¿Y por qué ha desaparecido? No acudamos al lugar común: ha muerto ahogada por la ola del exotismo que nos invade. Indudablemente, el roce con otras gentes y el conocimiento de otras costumbres habrá tenido su parte en la desaparición de la fiesta, pero no hay que achacar toda la culpa a influencias extrañas. Poco a poco pasa todo y a las mayas les llegó la hora de pasar. Si nada hay que resista al tiempo, harto hizo la fiesta sencillísima de las mayas en resistir el embate incesante de tantos siglos. Además, autoridades civiles y eclesiásticas le asestaron duros golpes. Las juntas decretaron su prohibición; los alcaldes negaron enérgicamente permiso para la celebración de la fiesta y los obispos lanzaron rudos anatemas contra las doncellas que se vestían de reinas. ¿Qué hicisteis, bellas mayas, para despertar así el enojo de obispos, alcaldes y junteros? Carlos III y su hijo Carlos IV, ordenaron en el siglo XVIII que nadie se vistiese de maya en sus dominios. Pero mucho antes las Juntas de Guipúzcoa quisieron desterrar de los suyos la costumbre. Bien es verdad que, a pesar de la prohibición, la fiesta se celebraba en muchos pueblos, pero cuando un alcalde quería echarla por tierra, se apoyaba en las decisiones de su autoridad superior. Así sucedió en Rentería en el año 1550.

El ayuntamiento platicó sobre las mayas que se ponen en la villa, y como hay diferencia entre algunas personas sobre el tener las dichas mayas en cada calle, por donde han venido algunas diferencias y enojos, se acogió a la prohibición de las Juntas guipuzcoanas y dijo rotundamente: ordenamos e mandamos que de aquí en adelante no se pongan ningunas mayas en esta villa ni en su jurisdición so pena de cada mil maravedis y diez días de cárcel, por ser ello servicio de Dios e paz e sosiego del pueblo. Competencias y egoísmos de calles que rompían el sosiego de la villa, fueron en este caso la causa de la prohibición. Y en Alza, ¿qué ocurrió para que el ayuntamiento de Donostia les negase, en el año 1605, autorización para poner maya en el humilladero de la Herrera? La decisión se fundamentaba en los inconvenientes que ocurrieron en años anteriores. No se especifica cuáles eran, pero fuesen cualesquiera, la prohibición se levantó pronto, puesto que pocos años después, acaso al siguiente, reaparecieron las mayas en el humilladero de la Herrera.De las acusaciones lanzadas contra las fiestas hasta ahora quedan limpias de culpa las figuras esenciales, la reina y su corte de honor, todas las mayas.

Pero un siglo después. ¡con qué dureza blandió el látigo sobre las cabezas de las pobres mayas el señor don Juan Grande Santos de San Pedro, obispo de la diócesis por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica! En el año 1692 llegó a Oyarzun en visita pastoral. ¡Qué cosas le dirían al señor obispo respecto de esta fiesta para decidirle a redactar un mandato en el que, basándose en que del ejercicio y empleo de las mayas se han experimentado y experimentan muchas indecencias, liviandades y graves inconvenientes y ofensas a Dios Nuestro Señor, ordenó que, bajo pena de excomunión mayor, no haya las referidas mayas, y si las hubiera el cura las declare y publique por excomulgadas a las inobedientas, y como a tales las quite de los divinos oficios y no las admita en ellos hasta que hayan cumplido. Al valle le dolió extraordinariamente esta decisión del obispo, y trabajó mucho por que la fiesta se restableciera y tornase el buen nombre a las mayas oyartzuarras. Reunido en ayuntamiento general, en abril del año siguiente, en la época de nombrar las mayas, hizo constar solemnemente que el señor obispo dejó el dicho mandato con informe no verdadero ni de buen celo, puesto que, como es notorio, en memoria de hombres no hay ejemplar en este valle que ninguna doncella que se ha ocupado en pedir limosna de las mayas se haya sujetado a liviandad alguna ni ha dado mal ejemplo en su modo de portar.

Con un escrito muy bien fundamentado en el que se hace constar la seriedad de la fiesta, la participación directa que en ella tomaban los sacerdotes, el beneplácito con que la habían acogido los anteriores obispos y la necesidad que la parroquia tenía del dinero que las mayas recogían, acudió el valle al Tribunal eclesiástico pidiendo la revocación del mandato y solicitando permiso para nombrar las mayas, pero la sentencia dictada ordenó que se cumpliera el mandato de visita proveído por el señor don Juan Grande Santos de San Pedro. Y así murieron, para no volver a nacer, las mayas que en el valle de Oyarzun recogían, al son de panderos y canciones, limosnas con que costear las luminarias del Señor. En un pueblo de Navarra desaparecieron las mayas -al decir del padre Donosti- por un motivo más fútil. Un día junto a las doncellas pasó un señor respetable, de ilustre apellido y gran influencia en el país. Las muchachas le cantaron los versos destinados a las personas de alta alcurnia, pero como no soltó moneda, le endilgaron la copla reservada para los tacaños. Tanto le dolió al señor el aguijonazo de las mayas, que puso a contribución toda su influencia para desterrar la fiesta y lo consiguió.

(Colección Auñamendi, n.º 26, G. Mujica. Destellos de historia vasca, San Sebastián 1962).

Resucitadas las fiestas en la preguerra, la canción a la reina Maya decía así: Andre Maya, erregiña, Lilia, ta krabeliña, Nik dakarkizut, gorri, gorriya, Usai gozozko, arrosa...Ager zaitezen, panpoxa... La guerra acabó con el último rescoldo de esta fiesta de niñas. En nuestros días se guarda su recuerdo en conmemoraciones tales como la colocación del mayo el día de la Santa Cruz, la víspera de San Juan o el día de Santa Bárbara.