Ikertzaileak

Eguía Aguirre, Joaquín María de

Uno de los componentes del célebre "triunvirato de Azkoitia", más conocido con el nombre de tercer marqués de Narros. Nació en Azkoitia (Gipuzkoa) el 2 de febrero de 1733, y falleció en 803. perteneciente a uno de los más antiguos linajes del solar vasco, emparentado con los duques de Granada de Ega, los Villahermosa, Peñaflorida, Montehermoso, San Millán y otros títulos de gran renombre entonces.

Ignoramos dónde realizó sus primeros estudios, si bien no resulta aventurado suponer que, a imitación de su pariente y convecino Xabier María de Munibe, conde de Peñaflorida, los realizase bajo la tutela de algún clérigo en su villa natal. Lo que sea de esto, no cabe la menor duda de que esos primeros años de Joaquín María discurrieron en un clima de profunda piedad religiosa, debiéndose sin duda a esa formación inicial el que aun en los momentos más álgidos de crisis espiritual de su vida adulta no acabase por desvincularse totalmente de los modos de fe tradicionales. Siguiendo una práctica muy usual a la sazón entre las familias pudientes, Joaquín María fue enviado por sus padres a cursar los estudios, sin que nos resulte posible por el momento precisar ni el centro donde cursó tales estudios, ni el tiempo que duró su estancia en el extranjero.

Cuando volvió a su villa natal, hervía ya ésta bajo la acción de nuevos fermentos, constando documentalmente que se habían iniciado ya las célebres tertulias del palacio de Intxausti, en las que, por obra y gracia de "varios caballeros y algunos clérigos despejados y estudiosos" al juego y a las merendonas, habían sustituido sendas sesiones académicas, con lecciones de matemáticas y física, bastante de historia y geografía, un tanto de conversaciones "sobre asuntos del tiempo" y otro tanto de música. La participación activa de Joaquín María en las tertulias del palacio de Intxausti, donde no faltaba la "máquina eléctrica, de la primera construcción del abate Nollet", ni la "máquina pneumática doble que se hizo venir de Londres", sirvió sin duda para afianzar la incipiente afición del joven aristócrata por las ciencias experimentales y aplicadas, en las que se ganaría bien merecida reputación de instruido y aplicado. Prueba de ello -y al mismo tiempo síntoma de que empezaban a soplar aires nuevos en las Juntas anuales de los patricios guipuzcoanos- viene a ser el hecho de que en 1757 fuese requerido el dictamen de los caballeritos azcoitianos Joaquín María de Eguía y Manuel Ignacio de Altuna antes de dar el pase a la Geometría práctica, necesaria a los peritos Agrimensores..., de Xabier Ignacio de Echeverría (San Sebastián, 1758).

Lo que sea de esto, unos años después lo vemos participando plenamente en las tareas que tuvieron como término la fundación de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Conocida es, a este respecto, su colaboración, junto al conde de Peñaflorida, Xabier María de Munibe, en la redacción del famoso opúsculo Los Aldeanos Críticos, que, a cambio de ganarse el ser incluido por dos veces en el Índice de Libros prohibidos, desarrollaba una magistral teoría de la mentalidad moderna en contraposición a la antigua, de aliento enormemente revolucionario para la hora. Está, asimismo, fuera de dudas su colaboración en el proceso de redacción del Plan de una sociedad económica o academia de agricultura, ciencias y artes útiles y comercio, adaptado a la economía y circunstancias particulares de la M.N. y M.L. Provincia de Guipúzcoa, que venía a ser el lanzamiento definitivo, cara a la oficialidad provincial, de algo que venían trabajando de años atrás Peñaflorida y sus amigos más íntimos.

En las célebres fiestas vergaresas que tuvieron como marco la fundación de la Sociedad, sabemos que se representó una acertada traducción que hizo Joaquín María de la tragedia italiana La clemencia de Tito, de Metastasio, y que en una de las primeras reuniones de amigos dio lectura a una charla sobre la verdadera amistad, en la que, tras denunciar "el fanatismo de los filósofos antiguos y de los melancólicos de este tiempo, que se retiran a los bosques huyendo del trato con las gentes, a que el alma racional tiene tanta inclinación", se hacía lenguas de los bellos placeres de la existencia. Pero no se limitó a hablar de la amenidad de los jardines, de la melodía de la música y del deleite de la lectura, presentando también otro discurso, de fondo netamente científico, que revelaba en su autor "notables conocimientos de Física, y en especial de Óptica, que expuso con datos y razonamientos muy acertados".

Fueron múltiples, por lo demás, las tareas que asumió Joaquín María en el seno de la Sociedad Bascongada. En un principio se le encomendó el cargo de vice-secretario, el de secretario interino en 1773, al desaparecer Miguel de Olaso y Zumalabe y hallarse ausente Ramón María de Munibe, y, al morir éste trágicamente en junio de 1774, se le confirió en propiedad el de secretario perpetuo. A partir de este momento, sobre todo, Joaquín María, heredero desde 1769 del título del marquesado de Narros por defunción de su padre, se entregó en cuerpo y alma al servicio de la Sociedad. Convocatorias y preparación de Juntas, cuestiones administrativas o de mera rutina se mezclaban con las tareas de impulsar y vigilar los diversos ensayos de experimentació agrícola, los del lanzamiento de la fábrica de cuchillos -de la que fue, aunque sin éxito, máximo animador-, los de perfeccionamiento de las ferrerías o los relativos a la elevación del nivel sanitario.

Pero más que nada hemos de destacar su aportación a la hora de proyectar, crear y poner en marcha el Real Seminario Patriótico de Bergara, que abrió sus puertas, tras varios años de fase experimental, en el año de 1778. Se citan, más en concreto, sus desvelos por buscar y contratar el personal docente, la ayuda incondicional que prestó a los profesores extranjeros y su participación personal en la serie de experiencias de laboratorio que, unidas a los nombres de Proust y los hermanos Elhuyar, hicieron universalmente famoso el nombre del Seminario Patriótico de Bergara. Fue precisamente en razón de esta vinculación estrecha de nuestro marqués con cuanto sucedía en los laboratorios de Bergara como hemos de explicarnos su nombramiento por el rey, en 1787, como Director de las Cátedras y Laboratorios de Física, Química y Mineralogía; sólo que este nombramiento, que ponía las referidas cátedras y laboratorios bajo la directa y privativa autoridad del marqués, "con absoluta independencia de la Sociedad", fue muy mal visto por los demás Amigos de la Bascongada, que recurrieron al rey para que fuese revocado tal nombramiento. Fueron estos momentos amargos para Joaquín María, que acabó tomando la decisión de cesar como miembro activo de la Bascongada y del Real Seminario vergarés, rehusando el concurrir a Juntas y desempeñar comisión alguna. Apaciguados los ánimos algún tiempo después, se avino el marqués a continuar al frente de los cargos que había venido desempeñando hasta entonces, hasta que las peripecias de la guerra de la Convención de los años 1793-1794 interrumpieron bruscamente las actividades de la Bascongada y del Real Seminario Patriótico.

Al término de las ilidades, durante las cuales hubo de desempeñar el cargo de Diputado a Guerra por Gipuzkoa, aún consiguió el marqués que reanudasen sus actividades una y otra institución; pero la edad, los achaques y no poco el derrumbe estrepitoso de sus más caros ideales de regeneración social y económica le aconsejaban el retiro de la vida pública, instalándose al efecto en la ciudad de Vitoria, donde en 1797 lo encontraría Jovellanos "delgado, estatura regular, encarnado, ojos pequeños y vivos, algo de iracundo en ellos, desmentido por su trato, amable, ardiente, algo precipitado en su habla, de fogosa imaginación, entusiasta por los franceses" (cfr. Diario séptimo, de 1 de enero a 16 de octubre de 1797, Madrid, 1915). De todas maneras, ante la insistencia de los Amigos hubo de continuar como Secretario perpetuo de la Sociedad, hasta su muerte.

Inquieto, abierto a todas las corrientes y con hábitos de trabajo intelectual, el marqués de Narros vivió como pocos en su propia carne el fundamental drama de una sociedad visceralmente escindida y sufriendo los dolores de parto de una situación crucial. Sobran testimonios que lo definan en esa actitud de búsqueda y a la expectativa, instruido en la Física, la Química y la Mineralogía, amante de las Luces y de las formas elegantes, como lo vio Mr. de Bourgoing (cfr. Marqués del Saltillo: Un comerciante bilbaíno del siglo XVIII: el marqués de la Colonilla (1792-1816), Madrid, 1932, pp. 90 ss.). ¿No es sintomático que en el retrato de Carnicero de 1791 el único libro que figure junto al marqués sea precisamente La riqueza de las naciones, de Adam Smith? Lo que sea de esto; parece probado que por los años de 1765 se carteó con Voltaire, al que pidió "armas contra el monstruo, a despecho de la Santa Hermandad" (cfr. Justo Gárate: "El triunvirato vergarés de los Amigos del País y la familia Narros", en Munibe 23 [1971], pp. 448 ss.).

Pero no debió de quedar en simples lecturas o en carteo privado su admiración por la filosofía de las Luces y sus grandes epígonos franceses. Entre los papeles de Inquisición del Archivo Histórico Nacional quedan vestigios de múltiples denuncias sucesivas, de las que fue objeto nuestro ilustrado marqués, de las que, empero, no llegó a salir tan mal parado. El peor lance fue el que tuvo lugar a raíz de una denuncia que le fue formulada al Tribunal de Inquisión en 1768, por proposiciones malsonantes y escandalosas. De resultas de las diligencias practicadas, se supo que había leído libros de Rousseau y de Voltaire y que poseía algunos tomos de la Enciclopedia en su casa; sobre eso, que había proferido algunas proposiciones, de las que hubo de retractarse y ser absuelto "ad cautelam", imponiéndosele como penitencia ocho días de retiro en el convento franciscano de Arantzazu y la obligación de proferir en ocasiones oportunas, delante de las mismas personas que le oyeron las proposiciones escandalosas, otras de acuerdo con la doctrina y el sentir católicos. Por lo que se dice en otro papel del proceso, se hallaba complicado en él, por alguna declaración de Joaquín María, el célebre P. Manuel de Larramendi, al que el Santo Oficio empero se excusó de molestar "por haber fallecido" para entonces el bueno del aita Manuel (cfr. AHN, Inqu., leg. 2.234). Otro momento particularmente delicado fue cuando, a raíz de su actuación como Diputado a Guerra de Gipuzkoa en los años 1793-1794, fue formalmente acusado por el presbítero de Bergara, Juan Francisco Torrano, "por adherido a la nación francesa". De los datos que recoge el expediente n.° 179 del leg. 3.732 de la sección de Inquisición del Archivo Histórico Nacional, se vendría a concluir que "hasta las viejas" de Vitoria "se explicaban sin reserva contra el Marqués de Narros diciendo: este hombre ha perdido a la provincia de Guipúzcoa" y "que se esforzaba en persuadir debíamos entregarnos a ellos sin oposición", etc.; pero don Pedro Jacinto de Álava, del Consejo Real de Hacienda y subdelegado de rentas de Cantabria, puntualizaría diciendo "que el marqués de Narros mostró su parecer reducido a que no habiendo actualmente fuerzas suficientes para oponer a los enemigos por aquella parte de Guipúzcoa con esperanza fundada de éxito favorable, era forzoso ceder para evitar derramamiento inútil de sangre".

No tenemos por qué demorarnos aquí en referir pormenores de todas las sumarias que se instruyeron contra Narros, que -¡ironías de la historia!- consiguió ser nombrado ministro oficial del Santo Oficio en 1776. Dejando la anécdota aparte, hemos de ver, más bien, en la trayectoria existencial de Narros la expresión de un destino trágico, el de quien, tras haber concebido un ambicioso programa de renovación en todos los órdenes, se siente a la postre radicalmente inerme para hacerlo realidad, sellándose su vida con un estrepitoso fracaso aparente. Este tenía mucho que ver, sin duda, con los mecanismos de represión cultural imperantes, pero también con la dosis de utopía que informaba su programa reformador, puesta en evidencia al hacer aparición de manera insobornable las contradicciones inherentes a la sociedad estamental. Quedaba, sin embargo, que ejecutorias como la del Marqués de Narros sirvieron eficazmente, incluso en su frustración, para una toma de conciencia que se traduciría en términos de revolución política en los años sucesivos. De todas maneras, no cabe la menor duda de que tienen perfecta aplicación al marqués muchísimas de esas bellas cosas que dijo él en el Elogio que dedicó a Xavier María de Munibe a raíz de su muerte. Diremos, para terminar, que Joaquín María fue Académico de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Artes de Burdeos y miembro de la Real Sociedad Económica Matritense.