Lexikoa

CORSARIO

La actividad ballenera había absorbido las actividades marítimas de los vascos hasta fines del s. XVIII. Pero el estado de guerra entre franceses y españoles durante todo el s. XVI hizo que los marinos vascos tuvieran que decidirse a entrar en uno y otro bando militar. Los balleneros se armaron primeramente para defenderse y después se dedicaron a piratear por su cuenta. El número de corsarios creció rápidamente, y el campo de sus actividades se extendió en proporción. En 1585, por ejemplo, un corsario de Bayona capturó en las costas de Guinea tres barcos españoles con un cargamento valorado en 350.000 ducados. Ni siquiera las colonias españolas se vieron libres de estos visitantes indeseables, y en el s. XVI resonaron en la madre patria las quejas de las Antillas, Santo Domingo, Venezuela e incluso Perú. Tampoco era de esperar que en las treguas de las hostilidades renunciaran los vascos a una caza tan lucrativa y volvieran a sus pacíficas ocupaciones. Con o sin patentes de corso continuaron sus hazañas pirateriles, y entre los famosos bucaneros que tuvieron sus cuarteles generales en Santo Domingo, durante el s. XVII, hubo muchos nombres vascos, incluyendo los de Michel le Basque, que proyectó y ejecutó audaces ataques a Maracaibo, en 1666 y 1667, y Junqua de Bayona, que en colaboración con el Duque de Gramont, atacó y saqueó con éxito Veracruz. Los reyes de Francia y de España no tardaron en ver las ventajas que se obtendrían favoreciendo las energías exuberantes de los marinos vascos, cuyas expediciones animaban, mientras esforzaban lo más que podían para atraérselos bajo su control. Las primeras patentes de corso francesas se dieron en 1528, y en 1556 vemos al soberano francés concediendo a Haristague de Somian, y d'Ansogarlo "perdón y reducción de los castigos en que habían incurrido, por haberse llevado, sin el previo consentimiento de su majestad diversos buques enemigos y diversas mercaderías en la región de las Indias". San Juan de Luz, del que un autor español dice en 1559 que fue "tratado siempre con consideración por los reyes de Francia, porque sus habitantes son muy belicosos, especialmente en el mar", parece haber sido singularmente célebre por sus corsarios, y los españoles enviaron expediciones para destruir la ciudad en 1542, 1558 y 1636. Sin embargo, en 1692, San Juan de Luz capturó 125 buques, y era tal la aglomeración de barcos en el puerto, que el gobernador de Laburdi pudo informar a Luis XIV que "podría uno ir desde la casa donde se encuentra vuestra majestad hasta Ciboure en un puente de barcos amarrados los unos a los otros". Es probable que el famoso corsario Duconte hubiera hecho muchas de estas presas, pues durante el año anterior había cogido once buques él solo. Otros famosos capitanes vascos de este período fueron Cépé, al que Luis XIV mandó llamar a Versalles y le felicitó en persona; Harismendy, Saint-Martin y Dosandabaratz, que en un solo viaje cogió cuatro magníficos buques en las costas de Groenlandia. En 1577 los corsarios franceses impidieron que el Señorío de Vizcaya se abasteciera de alimentación y de otros géneros. En el regimiento celebrado en la primavera de este año, se le pide al corregidor que acuda a D. Felipe II, Señor de Vizcaya, para que solucione el problema. A los corsarios franceses que amenazaban la costa vasca sujeta a la monarquía española se sumaron los ingleses que aprovecharon el estado de guerra entre Inglaterra y España para someter las aguas vizcaíno-guipuzcoanas a su control. Fue por este tiempo, por lo menos en Francia, cuando se asentó la piratería sobre una base firme y sistemática, mediante una serie de rigurosas reglas, la primera de las cuales estipulaba que "el propietario del barco que quiera piratear debe obtener primero un nombramiento del Almirante de Francia y depositar 15.000 francos como fianza de cualquier irregularidad que pueda cometer". Las reglas especifican además que no podían enrolarse los que estuvieran sujetos al servicio militar. Tan pronto como se cogiera un buque, un escribano subía a bordo, hacía un total inventario y todo lo sellaba. Al llegar a Francia, el botín se dividía así: seis décimas partes al propietario del buque y tres décimas partes al capitán y a la tripulación en proporciones determinadas. Los barcos de los corsarios eran de ordinario fragatas o balandras vizcaínas, escogidas por su velocidad y su poco calado. No iban muy armados, sino que confiaban sus victorias más bien a los abordajes, método que tenía la ventaja de evitar que el barco apresado sufriera graves daños. La disciplina era muy rigurosa. Un amotinado era primero embreado y emplumado, y después abandonado en una isla desierta. Un hombre que desenvainara su cuchillo era clavado al mástil por las manos, atado fuertemente, y así se le dejaba para que se liberara lo mejor que pudiera. Un asesino era amarrado al cadáver de su víctima con una cuerda y lanzado al mar. La ofensa, relativamente pequeña, de fumar antes de ponerse el sol, se castigaba con tres zambullidas consecutivas. Otros costumbres eran menos bárbaras, pero más curiosas. Había, por ejemplo, una ceremonia especial de iniciación. Se amarraba al mástil al recién llegado, y en sus cuartos traseros se ataba un gran caldero, que toda la tripulación golpeaba por turno. Esta penitencia continuaba hasta que había repartido con todos su dinero suelto. Los corsarios tenían la costumbre de jurarse fidelidad los unos a los otros sobre el pan, el vino y la sal, y en estas ocasiones se vertía al mar una de las libaciones. En 1582 se prohibió esta práctica por decreto, basándose en que traslucía paganismo, pero aunque se impusieron las más severas penas, surtieron éstas poco o ningún efecto. La reglamentación y el control sobre la piratería no parecieron afectarla adversamente. Por el contrario, no se puede decir que llegara a alcanzar su máximo apogeo hasta el s. XVIII. Los corsarios vascos eran una aguda espina en el costado de Inglaterra, durante la guerra de los Siete Años. En 1757, además de las contribuciones a la Armada, Bayona y San Juan de Luz armaron entre los dos cuarenta y cinco barcos corsarios, cuyas tripulaciones sumaban más de setecientos hombres bajo famosos capitanes, como Larreguy, Haramboure, d'Etchegaray, Danglade y Duler. A este último se le confió, a la edad de veintidós años, el mando del "Victoire", con su tripulación de trescientos cincuenta hombres. Al final de la guerra, cuando se redujo la esfera de acción de los piratas, se dedicó a explorar. Uno de sus compatriotas, llamado d'Etcheverry, consiguió, con riesgo de su vida, obtener en las Molucas semillas de varias plantas especieras, cuyo monopolio guardaban celosamente hasta entonces los holandeses. No hay ningún periodo de la historia marítima de la guerra en que Bayona no estuviera armada con cantidad innumerable de corsarios. Desde el comienzo de la edad media hasta 1813, se pueden contar por centenas. Una historia, incluso resumida, de estos armamentos en uso, sobrepasaría el espacio de una nota, y nos contentaremos con dar dos relaciones de estos navíos, una tomada durante las guerras de la Realeza, la otra durante las de la República contra Inglaterra. En 1757, los navíos armados en Bayona son los siguientes: el Esperance, capitán Dorates; el Aigle, capitán Lafargue; el Aurora, capitán Lavernis; el Saint-Jean-Baptiste, el Diligent, capitán Jean Vergez; el Constant, capitán Balanqué; el Françoise, mandado por Danglade; el Levrette, por Samson Dufourcq; el Aimable-Dauphin, por Pierre Berrade; el Comte de Gramont, por Ganchu; el Marquise d'Amou, por Balanqué; el Chat, por Lacoste; el Singe, por Darrigade; el Victoire, por Minvielle; el Cybéle, por Labarthe; el Représaille, por Faix; el Almiral, por Pierre Larréguy; el Bayonnaise, por Pierre Dousy; el Saint-Jean-Baptiste, por Fagonde, el Comtesse de Gramont, por Dolhonde; el Vainqueur, por Naguille; el Meléagre, por Dacabe; el Colette, por Dorscolabal; el Moras, por Auger; el Legere, por Cabarrus; el Chevalier de Barrau, por Labat; el Gloire, por Labat; el Machault, por Picquesary; el Samson, por Dufourcq; el Hasard, por Dyparaguirre; el Judith, por Dussarat; el Dragon, por Jean Nouvion; el Américain, por Pierre Diharce; el Gentille, por Larréguy. En 1758 se encuentran todavía doce corsarios en el mar; en 1759, trece; en 1760, diecinueve; en 1761, veintinueve, y en 1762, veinticinco. El número de presas hechas por estos navíos es tan elevado que la Cámara de Comercio escribe al diputado Dulivier, a París, que ruegue "a los gaceteros que no hablen de ello, para no llamar la atención del gobierno inglés". Estos corsarios eran casi todos pequeñas fragatas con una potente artillería y un numeroso equipo. No fue así bajo la República y el I Imperio. Sin duda algunos de los corsarios enviados al mar eran de gran tonelaje, pero era una excepción. La mayoría eran de 50 a 100 toneladas, y se ven muchos que eran sencillos trinquetillas sin cañones y equipados con 8 ó 10 hombres. Se comprende que su radio de acción no fuera muy extenso y que, aunque su audacia era extraordinaria, no podían hacer mucho daño al enemigo. No obstante, algunos de entre ellos se distinguieron y los nombres de sus comandantes adquirieron una notoriedad local. Damos aquí la lista casi completa de los corsarios armados por el puerto de Bayona con los nombres de los capitanes y el número de hombres que formaban sus equipos: 1793: el Aimable-Jeannette, 40 hombres; el Union, capitán Jean Diron, 47 h.; el Alerte, Dolhabarats, 49 h.; el Rénard, Salane, 21 h.; el Ami des Planteurs, Jean Lissabe, 44 h.; el Epervier, Esteben Laxague, 52 h.; el Angelique, Lemet, 78 h.; el Sans Souci, Louis Auliacq, 114 h.; el Gamin, J. Galbarret, 79 h.; el Enterprise, Jérome Valence, 51 h.; el Hirondelle, Berade, 21 h.; el Sans Peur, Loustalot, 114 h.; el Refléchy, Soustra, 68 h.; el Reprise, B. Laxague, 22 h. En 1797 nos encontramos al Impromptu, Lacase, 58 h.; el Hasard, Bailly, 36 h.; el Hyene, Larreguy, 217 h.; el Chasseur-Basque, Darribau, 61 h.; el Adrien Auliac, el Hardy, Sarrouble; el Fortune; el Bonaparte, Boulanger, 79 h. En 1798, el Hyene, Berade, 221 h.; el Aigle, Harismendy, 61 h.; el Bayonnais, Lasserre, 43 h.; el Bonne-Aventure, Bardoitz, 147 h.; el Succes-de-laRochelle, Coillard; el Chasseur-Basque, Lartigue Mongrué, 76 h.; el Gageure, Pons, 26 h.; el Réussite, Hiribarren, 21 h.; el Fortuné, Martin, 92 h.; el Hardy, Faulat, 13 h.; el Epervier, Lauzac, 29 h.; el Vengeur, Damborgaz; el Luron, Lacase, 40 h.; el Aventure, Doyambéhére, 15 h.; el Hazard, Bergrieux, 29 h.; el Diligent, Dominique, 15 h.; el Deux-Amis, Pellot, 37 h.; el Leger, Lassus, 25 h.; el Decidé, Beck, 100 h.; el Aventure, Tessot, 112 h.; el Gironde, Darrigrand, 97 h.; el Hussard, Auliac, 17 h.; el Gagure, Hiriart, 22 h.; el Tigre, Peyronnet, 15 h.; el Réussite, Gonse, 21 h.; el Fortune, Lasserre, 15 h.; el Impatient, el Baitly, 83 h.; el Hardi, Destebetcho, 123 h.; el Vengeance, Limousin, 79 h.; el Horoscope, 27 h.; el Barbier de Séville, Moreau, 82 h., y el A-Propos, Bouez, 33 h. Varios de estos buques corsarios fueron capturados por los ingleses. Las guerras de la Revolución y del período napoleónico dieron a los marineros vascos nuevas oportunidades para ejercer su oficio favorito, aunque ya no podían abastecer los magníficos buques en los que navegaron cincuenta o cien años antes. Sin embargo, Dihiart, Dargaignaratz, Destibertcheto, Etchebaster, Hiriart y Pellot han pasado a la historia, lo mismo que sus hazañas. En unas pocas semanas, un lugre de treinta toneladas, el "Indépendant" consiguió coger cinco barcos ingleses. El último gran corsario fue Garat, quien, con su barco, el Tilsit, y una tripulación de 55 hombres, combatió con dos bergantines ingleses durante dos días y salió victorioso en la contienda. Sin embargo, hasta que no se firmó el Tratado de París, en 1856, las patentes de corso, que habían estado sin usarse mucho tiempo, no fueron definitiva y oficialmente suprimidas. Ref. R. Gallop: Los vascos, Madrid, 1948, pp. 226-230; Labayru: "H.G.S.B.", t. IV, p. 433; Sagarmínaga: "El G. y R. F.", t. II, pp. 6, 264, 364, 365, 368, 383, 392 y 428; Edouard Duceré: Dictionnaire historique de Bayonne, 2 vols, Bayonne, 1911-1915., t. I, art. CORSAIRES.