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Álava-Araba. Historia

La subida al trono de Alfonso XII, el final de la Segunda Guerra Carlista y la abolición foral vasca, a partir de la ley de 21 de julio de 1876, abrieron en la historia contemporánea un nuevo período, que se conoce con el nombre de Restauración (1876-1923), caracterizado por la estabilidad política -frente a los continuos cambios del siglo XIX- y que comenzó con la nivelación de las instituciones alavesas con el conjunto español. Sin embargo, el sistema de Conciertos Económicos -iniciado en 1878 y sucesivamente renovado en el caso alavés hasta la actualidad- significó el establecimiento de una autonomía fiscal y administrativa propia, con una Diputación que contaba con importantes competencias.

El régimen político de la Restauración, organizado a partir del turno pacífico en el poder de los dos partidos dinásticos, el Liberal y el Conservador, se basaba en una gran desmovilización política de la población, aunque funcionó relativamente bien hasta 1898. En Álava se aplicó inicialmente con bastante fidelidad este esquema. Tanto el Partido Conservador como el Liberal eran partidos de notables, de casi nula organización y afiliación, que se limitaban a establecer una limitada clientela con la que trataban de asegurarse el control político y electoral de la provincia. La adscripción a uno u otro de los partidos del turno obedecía en ocasiones más a razones fortuitas de amistad o clientela personal que a profundas diferencias ideológicas. Mayor fuerza popular -aunque ambos sufrieron problemas y escisiones en estos años- tenían el carlismo, reintegrado a la vida política a partir de 1881 y con Ramón Ortiz de Zárate como dirigente más importante, y el republicanismo (cuyo principal líder era Ricardo Becerro de Bengoa). Desde 1876 hasta el establecimiento del sufragio universal masculino, en 1890, los resultados de los dos distritos en que se dividía electoralmente Álava (Vitoria y Amurrio) siguieron con extremada fidelidad los resultados generales en España, cumpliéndose así el sistema del turno pacífico. Las únicas excepciones tuvieron lugar en la capital, donde el sistema caciquil contaba con menos mecanismos y con una menor capacidad de control.

La ley electoral de 1890, que introdujo el sufragio universal masculino, no cambió sustancialmente las características de las elecciones celebradas bajo sufragio censitario, en especial en los distritos de Laguardia -creado en 1890- y Amurrio. La fidelidad de los resultados alaveses al turno estatal se mantuvo en líneas generales hasta 1923, aunque la desintegración del sistema de la Restauración comenzó a reflejarse en la aparición -sobre todo en el distrito de Vitoria, el más permeable a la modernización- de elementos extraños al sistema (carlistas y republicanos). Frente a la relativa renovación política de Vitoria, la situación era diferente en los otros dos distritos electorales alaveses, los de Amurrio y Laguardia, donde el caciquismo, al tratarse de zonas rurales, pudo mantenerse con mayor vigor. En el distrito de Amurrio, la familia de los marqueses de Urquijo, notables relacionados con entidades financieras, ejerció un dominio casi absoluto. La actuación de los Urquijo -a diferencia de lo que sucedía con otras familias de notables- era autónoma, al no definirse ni como conservadores ni como liberales. El predominio de los Urquijo sobre el distrito de Amurrio no disminuyó con el correr del tiempo, sino que incluso se extendió desde principios de siglo al resto de la provincia, mediante el control de la Diputación, en la que los urquijistas electos por Amurrio ocupaban generalmente los principales cargos.

A finales del siglo XIX y principios del XX irrumpieron en Álava dos nuevas fuerzas políticas: el socialismo y el nacionalismo vasco. En ambos casos su implantación fue escasa, afectando sobre todo a la capital. Así, los socialistas no lograron crear ninguna agrupación fuera de Vitoria-Gasteiz y la expansión del nacionalismo en la parte rural de la provincia fue también bastante lenta: en 1919 sólo existían Juntas Municipales nacionalistas, además de en Vitoria, en otros tres ayuntamientos del norte de Álava. El resto de los partidos políticos también sufrió cambios y escisiones en las primeras décadas del siglo XX. Especial repercusión tuvo en Álava la escisión del Partido Conservador, que se produjo en 1913 entre Eduardo Dato -al que terminaron apoyando, dada su vinculación familiar con Vitoria, la mayor parte de los conservadores alaveses- y Antonio Maura.

Todo ello tuvo su reflejo en la vida política y electoral de la provincia. Así, el dominio carlista en la capital llevó a la constitución en 1915 de la Alianza Patriótica Alavesa, conglomerado anti-carlista constituido bajo el patrocinio del influyente político conservador Eduardo Dato. Esta Alianza, nacida como un "partido ajeno a toda política para el Fomento de Vitoria", integraba a la casi totalidad de los grupos políticos no carlistas y consiguió durante algunos años tanto el dominio del Ayuntamiento de Vitoria como la elección de Eduardo Dato como diputado por Álava hasta su fallecimiento en 1921. A partir de 1917, el datismo perdió fuerza en la provincia y algo menos en la capital, a causa de la recuperación de los carlistas en la zona rural y de las reticencias de los republicanos en Vitoria. La desintegración de la Alianza datista facilitó la ascensión de nuevas fuerzas políticas (sobre todo del nacionalismo vasco, en la capital) e hizo posible también un mayor auge del urquijismo, que continuó extendiendo su influencia fuera del distrito de Amurrio.

Frente a la acelerada industrialización de Bizkaia en el último tercio del siglo XIX y a la modernización que -a un ritmo distinto- fue alcanzando Gipuzkoa, la situación económica y social de Álava evolucionó muy lentamente hasta prácticamente mediados del siglo XX. La población de Álava apenas se incrementó entre 1860 (96.000) y 1920 (98.000), de los que un tercio se concentraba en la capital, que creció lentamente en estas décadas. La agricultura siguió siendo la principal fuente de riqueza de Álava, Ilustracióndestacando el desarrollo del viñedo en la Rioja alavesa (a pesar de la incidencia de la crisis de la filoxera a finales del siglo XIX) y el incremento de la producción, sobre todo en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial (introducción de maquinaria, cultivos intensivos de patata, remolacha, etc.). Por el contrario, la industrialización fue lenta, reduciéndose a Vitoria (una ciudad centrada en los servicios tradicionales -ejército, clero, administración, etc.-, donde sólo un 30 % de la población se dedicaba al sector industrial, aunque en realidad se trataba más de talleres que de verdaderas fábricas) y a algunos núcleos aislados, como la metalúrgica de Ajuria y Urigoitia en Araya o la fábrica de asfaltos de Maestu.

El diferente desarrollo económico de Álava frente a las otras provincias vascas fue unido a una situación social más tradicional, que sólo fue evolucionando en las primeras décadas de siglo en la capital, mientras el resto de Álava se mantenía casi estancado. El cambio en la vida social y en las mentalidades (aparición de prensa popular, práctica del deporte moderno, nuevos ámbitos de sociabilidad, irrupción del cine, etc.) afectó sobre todo a Vitoria. El desarrollo del movimiento obrero fue muy diferente al de Bizkaia, caracterizándose inicialmente por su moderación. En 1897 se fundó la primera sociedad de oficios varios y en 1900 tuvo lugar la primera huelga destacable. Los diferentes sindicatos (Católicos, UGT, CNT y ELA-STV) tuvieron fuerza sobre todo en la capital y muy poco en el resto de Álava. Este proceso de cambio social afectó menos a otros ámbitos, como el de la mentalidad y práctica religiosa, que siguió siendo muy alta en toda Álava (incluida Vitoria) durante toda la primera mitad de siglo XX.

La Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) se instauró sin grandes sobresaltos en Álava, entre la apatía y la indiferencia de muchos y el apoyo más o menos entusiasta de bastantes (comenzando por los carlistas), que esperaban que una solución autoritaria resolviera definitivamente la crisis del sistema de la Restauración. La vida local estuvo controlada por los sucesivos gobernadores civiles, entre los que destacó Ladislao Amézola, que fracasaron en su intento de insuflar vida real a las instituciones políticas promovidas por la Dictadura (como la Unión Patriótica y el Somatén). La Dictadura primorriverista se llevó por delante al viejo sistema de la Restauración, desapareciendo definitivamente los partidos dinásticos, algunos de cuyos líderes más destacados (como la familia Martínez de Aragón) terminaron apoyando la causa republicana.

Durante la Segunda República (1931-1936) se abrieron paso fuerzas emergentes en Álava, aunque algunas tenían décadas de historia. La Comunión Tradicionalista, representada por la sociedad Hermandad Alavesa y por su líder, José Luis Oriol, se convirtió en el principal partido político de Álava, venciendo con claridad en todas las contiendas electorales a partir de 1933. En la derecha, su predominio sólo fue ligeramente cuestionado por la pujante aparición en 1936 de la CEDA. El PNV, superando el carácter casi testimonial que había tenido, salvo en la capital, antes de 1923, se convirtió en el segundo partido político de la provincia. Por último, republicanos y socialistas brotaron con fuerza en 1931, controlando las principales instituciones alavesas. Sin embargo, con el paso del tiempo, la división de los republicanos en diversos partidos, sus problemas internos y de coordinación con el PSOE y las dificultades por la que atravesó la República, llevaron a una crisis de la izquierda en Álava, de la que sólo se recuperó en la etapa final de la República, con la formación de Izquierda Republicana.

El proceso autonómico vasco ,intentado ya infructuosamente en 1917-1919, incidió sobre la política alavesa de la época. En 1931 el Estatuto de Estella fue rechazado por la izquierda alavesa, que sin embargo apoyó tras el fracaso del proyecto auspiciado por el PNV y el carlismo. el constitucional Estatuto de las Gestoras. El proceso dio un giro en 1932 cuando Oriol, tras la salida de Navarra del Estatuto conjunto, modificó su postura y la pasó a oponerse a la entrada de Álava en la autonomía vasca. La alta abstención alavesa en el referéndum estatutario de noviembre de 1933 hizo que Oriol intentara que las Cortes de mayoría radical-cedista del segundo bienio aprobaran la exclusión de Álava del Estatuto, petición a la que se negaron finalmente ya en 1936 las Cortes del Frente Popular, aunque el Estatuto no entró en vigor hasta después del inicio de la Guerra Civil.

Además del aspecto político, los años treinta se caracterizaron por la incidencia de la crisis económica, que provocó un incremento del paro, escasez de vivienda y aumento de las huelgas y tensiones sociales. Sin embargo, la situación alavesa no tuvo casi nada que ver con lo sucedido en otras provincias más industrializadas o de latifundismo agrario. De hecho, Álava contaba con una estructura social relativamente integrada. Sólo entre 1930 y 1932, coincidiendo con el auge de la CNT se incrementó la conflictividad social, que disminuyó después, mientras crecía la implantación de otros sindicatos (UGT y sobre todo ELA-STV, que pasó a ser el sindicato con más afiliados).

La Guerra Civil (1936-1939) dividió en dos el territorio alavés, al triunfar sin apenas resistencia el alzamiento dirigido, en la nutrida guarnición militar vitoriana, por Camilo Alonso Vega, apoyado por buena parte de la población civil, y especialmente por los requetés (voluntarios carlistas) que llegaron sobre todo desde la zona rural alavesa. Mientras casi toda Álava quedaba en manos de los sublevados, la parte norte (Aramaio y la cuenca cantábrica), vinculada a Bizkaia, permaneció en la zona leal a la República. Tras varios intentos de modificar la línea divisoria, el frente alavés no se movió prácticamente hasta la primavera de 1937, cuando el ejército franquista conquistó todo el territorio vasco, incluida la Álava republicana. De forma directa, el enfrentamiento bélico afectó poco al territorio alavés, con la excepción de la batalla de Villarreal (Legutiano), consecuencia de la fracasada ofensiva emprendida por el ejército vasco-republicano a finales de 1936.

Sin embargo, las consecuencias de la guerra fueron grandes: el hambre, los problemas económicos, el racionamiento de los productos de primera necesidad y la represión afectaron a la provincia. Aunque la represión franquista en Álava (seguimos sin contar con estudios sobre la zona republicana) fue de menor magnitud que en otras provincias, hubo unas ciento setenta muertes, además de encarcelamientos, destituciones, multas e incautaciones de bienes. Todas las entidades provinciales, comenzando por la Diputación, fueron depuradas, y lo mismo sucedió con el clero acusado de simpatizar con el nacionalismo vasco. La censura y el control oficial afectaron a todas las manifestaciones públicas, desde la prensa al cine, la moda, el deporte y la religión. Incluso el obispo de Vitoria, Mateo Múgica (a pesar de haber apoyado públicamente a los alzados en agosto de 1936), fue obligado a abandonar su diócesis y a marchar al extranjero.

Durante la guerra, se fue construyendo un nuevo orden, basado en elementos militaristas, fascistas y católico-tradicionalistas, en una amalgama autoritaria teñida de nacionalismo español. Militares y civiles procedentes de la Comunión Tradicionalista, de Renovación Española, de sectores católicos o patronales, de la época de la Dictadura de Primo de Rivera y en menor medida de Falange ocuparon los cargos oficiales, a pesar de las disputas internas entre los diversos sectores del régimen.

Los años de la dictadura de Franco fueron una época de escasas transformaciones en el ámbito político, pero no en cuanto a la modernización económica, demográfica e incluso social, que afectó a Álava entre 1939 y 1975. A pesar de la permanencia en España de un régimen político anclado en la cultura de la reacción contra la modernidad, la provincia (y en especial, su capital) sufrió en los años finales del franquismo (entre 1960 y 1975) unas transformaciones más profundas que en el conjunto de las primeras seis décadas del siglo. Así, la población de Álava pasó de 104.000 habitantes en 1930 a 238.000 en 1975, aunque este crecimiento se concentró en la capital y en algunos núcleos (como Llodio), mientras el agro alavés perdía constantemente población. Sin embargo, la posguerra estuvo caracterizada por el estancamiento económico, las dificultades en la vida cotidiana y la involución social. Frenando el proceso de modernización de la República, el asfixiante clima del nacional-catolicismo de la posguerra sumió a Álava en un ambiente social romo y homogéneo, que apenas se diferenciaba de cualquier otra provincia española de los años cuarenta.

La situación comenzó a cambiar a principios de los años sesenta, cuando la acelerada industrialización dio lugar a una transformación económica y social sin precedentes, que -al afectar sobre todo a Vitoria- incrementó la macrocefalia vitoriana y las diferencias entre la capital y la provincia.

Vitoria, Llodio y en menor medida Amurrio se convirtieron en potentes núcleos industriales y recibieron oleadas de inmigrantes, mientras que la renta media alavesa ascendía a marchas forzadas, alcanzando los primeros lugares en el conjunto de España. Las causas de este proceso de industrialización de los años sesenta fueron la situación estratégica de la provincia y la acción de las instituciones locales (que habían mantenido el Concierto Económico, derogado por Franco para Bizkaia y Gipuzkoa) y que pudieron actuar con cierta autonomía para facilitar el desarrollo económico (mejora de las carreteras, exención de impuestos a nuevas industrias, etc.).

Junto al progreso económico, Álava se transformó también rápidamente desde 1960 en el aspecto social y en las mentalidades. Nuevas costumbres y formas de pensar fueron introduciéndose entre la gran mayoría de la población alavesa, a través del cine, la televisión, la movilidad producida por la generalización progresiva del automóvil, el turismo, la mejora de las comunicaciones, la socialización del deporte y una cierta renovación cultural, también vasquista, aunque no siempre con el mismo cariz nacionalista vasco que teñía la oposición cultural en Bizkaia y Gipuzkoa. Se trató de una transformación lenta y progresiva, ya que la estructura del régimen servía de freno a cualquier intento de sobrepasar ciertos límites en esos cambios.

Y es que, mientras cambiaban la economía y la sociedad, no se produjeron las mismas transformaciones en el ámbito político. En la posguerra, el principal fenómeno político fue la división y la progresiva crisis del carlismo, que hasta 1936 había sido el grupo político claramente hegemónico en Álava y que fue viendo cómo su personalidad se diluía en el conjunto del franquismo. Junto a otros factores, es posible que influyera en la agonía del carlismo alavés el hecho de que su principal líder, José Luis Oriol, fue abandonando la ideología carlista y englobándose en un difuso franquismo católico-reaccionario, mientras dejaba al tradicionalismo alavés herido de muerte por sus discrepancias internas en torno a la sucesión al trono carlista, a la colaboración con el partido único del régimen o por cuestiones de poder o de simpatías personales. Ante la debilidad del falangismo, los cuadros locales del régimen en Álava se reclutaron entre tradicionalistas, católicos sin exacta definición política o representantes de intereses económicos (José María Díaz de Mendívil, Lorenzo de Cura, Luis Ibarra, Manuel Aranegui, etc.). La vida política de la provincia apenas se alteraba de vez en cuando con las visitas de Franco (que fue nombrado en 1945 diputado general de honor de Álava), la renovación del Concierto Económico o algunos intentos de recuperar cierta tradición foralista (incorporación del título de "Foral" para la Diputación de Álava en 1938, restauración meramente folclórica de unas Juntas Conmemorativas de Álava, etc.), tratando de emular el ejemplo navarro.

En la posguerra, la oposición contra el franquismo apenas existió en Álava, siendo los reducidos núcleos del PNV prácticamente los únicos que pudieron llevar a cabo algunas acciones aisladas. Entre ellas destacaron la red de espionaje dirigida por Luis Álava (que fue desmantelada y ejecutado su líder en 1943) o la propaganda con motivo de la inauguración del monumento a Fray Francisco de Vitoria en 1946. A pesar de todo, Álava era considerada una provincia "dudosa" en los informes gubernamentales previos al referéndum franquista de 1947, en el que sin embargo los resultados oficiales reflejaron unas cifras abultadas de votos afirmativos. En este sentido, la huelga general de 1951 -que fue ampliamente seguida por los sectores obreros de Vitoria-Gasteiz- tuvo un carácter de protesta contra las dificultades económicas, y no (como sucedió en Bizkaia y Gipuzkoa) un cariz político. No obstante, la represión afectó al PNV y a otros grupos de oposición, que quedaron casi desmantelados.

Ni siquiera en los últimos años del franquismo hubo en Álava un incremento de la oposición semejante al que puede observarse en otras provincias. Es cierto que se hicieron más frecuentes las huelgas, pero ni éstas llegaron a tener la virulencia de otros lugares, ni ETA (máximo representante de una nueva forma de oposición en Vasconia) tuvo una gran influencia y lo mismo sucedió con el Partido Comunista. Sí se produjeron cambios en los márgenes del sistema, con la constatación de que los cambios sociales producidos en la última década eran incompatibles con un régimen político anacrónico. Así sucedió con el mundo de la cultura y el deporte (con grupos culturales o de montaña utilizados como formas de sociabilidad ajenas a los ámbitos oficiales) o con la propia Iglesia, que, al tiempo que entraba en una importante crisis (perceptible en la desertización del hasta hacía poco superpoblado seminario diocesano de Vitoria), abandonaba su legitimación del franquismo, dividiéndose el clero y los fieles entre varias opciones socio-políticas. Fue precisamente en estos ambientes más o menos tolerados por el poder (habitualmente dada su dependencia eclesiástica) donde fue posible comenzar a hacer cierta política dentro del franquismo tardío y en los que se forjaron las personas que entraron en las instituciones locales (sobre todo en el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz) en los años finales del franquismo y que continuaron en ellas con la Transición y la democracia.

Una nueva etapa en la historia de Álava se abrió con la muerte de Franco en 1975. Álava participó en la Transición política, adquiriendo su capital cierto protagonismo con los sucesos del 3 de marzo de 1976, en los que cinco trabajadores resultaron muertos por disparos de la policía. El hecho marcó las diferencias con las vecinas Bizkaia y Gipuzkoa, ya que la influencia del nacionalismo vasco no fue la causa del principal conflicto alavés durante la Transición, sino que fue originado por un fuerte movimiento obrero de carácter asambleario. Posteriormente, los sindicatos mayoritarios (UGT, CCOO y ELA-STV) tomaron el mando del movimiento obrero alavés y la vida política y social recuperó la menor conflictividad característica de la evolución histórica alavesa, frente a las habitualmente más problemáticas provincias costeras vascas. Desde la Transición, la crisis económica afectó seriamente a la industria alavesa (con especial crudeza en la zona de Llodio), ralentizándose el crecimiento demográfico de la provincia, que pasó de 238.000 habitantes de 1975 a 285.000 en 1997 (de los que casi el 80 % se concentran en Vitoria). No obstante, el impacto de la crisis económica nunca fue tan intenso como en las dos provincias costeras y en los últimos años del siglo XX se ha producido un proceso de recuperación de la economía alavesa.

Desde el punto de vista político, Álava también ha llevado una trayectoria algo distinta del resto de las provincias vascas desde 1977 hasta la actualidad. A diferencia de lo que había sucedido en los años treinta, la "cuestión alavesa" no fue -como la navarra- objeto de discusión en el proceso autonómico vasco de la Transición y Vitoria-Gasteiz pasó en 1979 a ser la capital de la Comunidad Autónoma de Euskadi. Sin embargo, la fuerte irrupción en 1990 de un partido alavesista, Unidad Alavesa, remarcaba la peculiar cultura política de este territorio histórico. Continuando con una tradición anterior a la Guerra Civil, la presencia del nacionalismo vasco ha seguido siendo menor que en Bizkaia y Gipuzkoa, con gran diferencia entre los diversos tipos de elecciones (locales, autonómicas y generales) y entre el ámbito rural y la capital. En ésta, el nacionalismo ha tenido en general menor apoyo electoral, mientras que fuera de Vitoria el PNV se ha instalado con fuerza, aunque algunos municipios importantes se han convertido en feudos de otros partidos (Herri Batasuna en Llodio, el Partido Popular en Laguardia, etc.).

El nacionalismo vasco nunca ha sido mayoritario en Álava en unas elecciones a Cortes, en las que siempre ha triunfado la opción más votada en el conjunto de España. Sin embargo, el poder municipal -incluyendo a Vitoria-Gasteiz hasta 1999, con la figura de José Ángel Cuerda- ha estado desde 1977 en manos del PNV Algo semejante ha sucedido con la Diputación, en cuyo ejecutivo siempre ha participado el PNV hasta la misma fecha, aunque el PSOE tuvo la presidencia (con Fernando Buesa como diputado general) entre 1987 y 1991. En las elecciones de 1999, el Partido Popular alcanzó la alcaldía de Vitoria-Gasteiz y la Diputación de Álava, rompiendo veinte años de predominio nacionalista y enlazando con la tradición política alavesa anterior, menos permeable al nacionalismo, lo que ha convertido a Álava en un caso específico dentro la Comunidad Autónoma del País Vasco.

SDP 2001