Pintoreak

Valdés Amezola, Félix

Pintor. Nacido en Bilbao en 1935.

Destacado por su uso del color, así como por un fauvismo con claras reminiscencias de la pintura fantástica al estilo del Bosco, se consagró en el año 1955 en la exposición que presentó en la galería Macarrón, en Madrid. Los principales títulos de su obra son: El infierno, Apocalipsis, La Enana Borracha, El pobre Lucas, destacando, amén de los citados, gran número de paisajes y de bodegones, siendo en este primero donde coincide la crítica en dar más valor de la obra de Valdés.

En El Correo Español, (Bilbo, 1955) puede leerse:

"No vacila nunca, y sus cuadros están medidos y sopesados, produciendo la impresión de haber estudiado y asimilado mucha y buena pintura contemporánea. El dibujo fácil y gracioso, sirve a un cromatismo explosivo con trastueque meditado y consciente de las zonas de color. Las opacas luces de las cosas norteñas, los negros humos fabriles y las húmedas neblinas, no han podido apagar la llama encendida en su paleta".

Javier de Bengoetxea, (Bilbo, 1974):

"Félix Valdés Amézola hereda de aquellos pioneros de la modernidad del pasado próximo una decidida inclinación por las fórmulas plásticas del "fauvismo". En la pintura de Félix, el color y la pasta son los protagonistas fundamentales. El "fauvismo" de Félix Valdés es de entraña dramática. No será la leve línea de Matisse o de Duffy la que le tiente, sino aquella otra que desemboca en Rouault. Así, a Félix Valdés no le bastará la delicia lírica del color delgado, sino que necesitará de las profundidades del color apoyado en la densidad de la pasta. Me figuro que la monocromía de un Solana -dicho sea para extender el círculo de comparaciones y de adivinanzas- tampoco le resultará ajena o indiferente. Ni las alegorías sonambúlicas de un Chirico, ni el expresionismo de un Kokotscha."

Angel Marrodán, (Bilbo, 1974):

"Félix Valdés cultiva una pintura testimonial, en la cual hay que adentrarse poco a poco para entender la profunda y pudorosa creación que nos ofrece. El propósito de evolucionar con absoluta naturalidad anima a su materia, provista ya de un nervio y de una garra procedentes de su vivo trance, de su enfrentamiento con la realidad, en plena inmersión en las cosas y en los seres. Cuadros como Apocalipsis, La tormenta, y El infierno denotan, más que el deleite de pintar, el arrebato imaginativo en el mensaje del posible Bosco de los pintores vascos."