Lexikoa

VELA

Juan Garmendia nos resume la labor del artesano cerero Ciriaco Zubeldia Barriola: Con las primeras horas matinales, cuando la "argizkilla" (el alba) concede beligerancia al día que apunta, el artesano daba comienzo al trabajo de cerería. Lo mismo en la mañana lluviosa y desapacible de invierno, como en el amanecer claro y alegre de la primavera. Para hacer -en este caso me parece más propio el empleo de este verbo que el de fabricar- las velas de clase Máxima y Notabile, de 60 y 30 % de cera, repectivamente, y los gruesos hachones de dos y tres kilos, una vez encendido el hornillo preparaba la caldera con parafina dura, de alta graduación, y cera blanca -blanqueada- en virutas, en grumo, y la exponía al fuego para el derretido. Seguidamente colocaba la paila sobre un brasero cargado con carbón vegetal, y debajo de una rueda con escarpias en la llanta, que giraba en derredor de un eje metálico que se sujetaba en el techo y se apoyaba en el piso. De cada una de las escarpias de la mentada rueda suspendíase la mecha de algodón retorcido, que no debía ser excesivamente delgada, ya que se ahogaría la llama, ni de demasiados cabos, porque entonces aceleraría su consumo. Su trabajo, previo vertido del contenido de la caldera a la paila, se reducía al paulatino bañado de la mecha con el caldo recogido por medio de un cazo de mango largo y salpicado de cera. Monótona y pesada labor, que, obligado a cada momento a coger el temple para de esa forma evitar que el cirio demasiado caliente, por su peso, deslizándose, se quedara reducido al algodón, ponía a prueba los riñones de nuestro artesano. Una vez que los cirios alcanzaban el peso deseado, procedía, uno a uno, a extenderlos sobre amplia mesa rociada de agua. Y allá, con la tajadera de madera les cortaba los cabos y les daba la forma debida. A continuación, con la bruñidora, eliminaba las pequeñas deformaciones y asperezas, y, blanda aun la vela o el hachón, los marcaba con las iniciales de su nombre. Para trabajar la cerilla preparaba la caldera con pequeños trozos de parafina blanda, de baja graduación, y pedazos de panal de olorosa cera virgen, sin otro aditamento. En el centro del obrador, y sobre un brasero, colocaba la paila atravesada, en su boca, por la terraja o hilera. Esta terraja se reduce a una plancha con agujeros de diferente calibre. A sus lados, a la distancia mayor permitida por el local, situaba los dos tambores o bombos. En uno de ellos devanaba la mecha de algodón -nuestro artesano conoció el tiempo en el cual el cerero preparaba la mecha-, y la medida la calculaba por vueltas de bombo, nunca por metros. Fundido el contenido de la caldera, vaciábalo a la paila. El algodón que, en pasada de tambor a tambor, se sumergía en la vasija de cobre, para, después, introducirse por el correspondiente orificio de la terraja, iba, poco a poco, cubriéndose de cera. De esta forma, repetía la operación una y otra vez, hasta conseguir el grosor deseado. Terminado el proceso de la elaboración, daba comienzo el lento trabajo de la arrolladora. De aquí salía la cerilla de diferente tamaño y forma. La destinada a la "argizaiola" conocida por "oleakoa" (para la tabla) -Luis Pedro Peña Santiago tiene publicado un estudio, "La argizaiola vasca", que el tiempo se encarga de hacerlo cada vez más curioso e interesante-, y la de forma de cono truncado, la cerilla de "laurdenekoa" (cuarterón), "liberdikoa" (media libra) y "librakoa" (de libra). De una hilera la más pequeña y de dos las restantes. Unas arrolladas en la tabla, y las otras apoyadas en su base, se colocaban en las hoy simbólicas lápidas sepulcrales de nuestras iglesias. Sobre paño negro y moteado por medallones de cera. Se encienden previo desenrrollado del cabo, en forma muy ligeramente en espiral. La cerilla debe ser correosa, y la que se parte es considerada defectuosa. Antiguamente, la "bildumena" era algo más gruesa, y hoy mismo, en Berástegui se consume más recia que en sus pueblos vecinos. Aunque su empleo haya llegado a nosotros, para la época en que vivió el artesano, el uso de la cerilla blanca era bastante restringido. Por lo general, la cerilla del Goyerri ha tenido una tonalidad que tiraba a roja, en contraste con la del Beterri, que ha sido de color más pálido.

Juan GARMENDIA LARRAÑAGA