Kontzeptua

Saludadores

Santiretuzale.

Curanderos y saludadores casi se confunden, pero ambos se valen de medios extraños y a veces sobrenaturales. El saludador, el dador de salud, se dedicaba a curar y precaver la rabia u otros males, con el aliento, la saliva y ciertas fórmulas y deprecaciones, dando a entender que tenía gracia y virtud para dicha curación. Abundó en los siglos XVI, XVII y XVIII.

En 1743, en Guipúzcoa, la Junta de Justicias encarga que no permitan a los saludadores en uso de ese oficio, ni pedir limosna, a menos que no presenten títulos legítimos. En 1757 mándase que se presenten a la Diputación ciertos saludadores. Y ese mismo año se prohíbe en Guipúzcoa el ejercicio de ese oficio.

En Álava no faltaba el tomarlos a su servicio para casos concretos de enfermedades en el ganado o en las personas. Dice Fortunato Grandes:

"prueba de es la partida siguiente que consta en las cuentas municipales del Ayuntamiento de Salvatierra, de 1578 a 1579: "Tres ducados que por nuestro acuerdo y mandato distes y pagastes o los habéis de dar y pagar a Martín Saez de Otaza, Saludador que por nuestro acuerdo y mandado vino a esta villa para que saludase a las gentes y ganados della porque habían andado en esta villa ciertos perros rabiosos y ganados y para quitar sospecha e inconveniente que a debizote (?) sucederían se mandó traer y se le dieron por los días que estuvo en esta villa e trabajo que rescibió en ella los dichos tres ducados".

Más tarde vemos contratado el servicio de saludador desde 1689 a 1772, valiéndose de éste como si fuera un verdadero talismán o remedio infalible contra la rabia y otras enfermedades del ganado.

En la primera de estas fechas contrataron a Gabriel de Izaguirre, vecino de Oñate, en una fanega de trigo al año y ocho reales por cada día que viniere a visita ordinaria los meses de marzo y agosto; el 1727 hicieron nada menos que escritura por nueve años con el saludador José Ruiz de Eguino, vecino de Oyón; en 1736 se acuerda por el Ayuntamiento abonar al saludador los dos viajes que ha hecho para saludar el ganado con motivo del contagio que ha habido, además de las visitas que entre año tiene obligación; y en 1772 se abona en las cuentas a Catelina, mujer de Antonio Madariaga, vecino de Cegama, ciento cincuenta reales por dos viajes para santiguar el ganado con motivo de haber andado un perro rabioso y sospecha de que había mordido a un animal, siendo de advertir que la Saludadora era la mujer y vino dos veces en dicho año.

Dice a este propósito el P. Debrio que observaban ellos ciertos números y ceremonias llenas de superstición, y hasta el más ignorante sabe que los tales saludadores eran unos grandísimos embusteros. El 5 de septiembre de 1760 se lee un acuerdo haciendo constar que no reconociendo utilidad con tener al saludador asalariado, al igual que han hecho otros pueblos se le despida, cuya resolución fue ratificada por el Concejo. En 1805 habíase operado saludable reacción y con motivo de haber andado un perro rabioso, se ordenó que viniese a bendecir los ganados el P. confesor de Barría, y se le pagase ciento veintidós reales de gastos.

Qué confianza tuvieran los propios saludadores en sus hechizos y jerigonzas, lo pone de manifiesto de mano maestra, este acuerdo de 1578:

"Se manda decir dos misas votivas a los sacristanes de las iglesias de Santa María y Señor San Juan en las dichas iglesias para que a las gentes y ganados de esta villa les goardase de rabia, porque así dejó por orden el Saludador se hiciese de cuenta de esta villa".

En este punto no podemos menos de recordar, como elocuente comentario, lo que decía nuestro gran poeta Zorrilla:

"Y en su ignorancia grosera
mezcla acaso en un ensueño
el nombre de una hechicera
con >el nombre de Joová.
Con el vaticinio inmundo
de un saludador infame
el del Redentor del mundo
en torpe amalgama va".

Anotaremos como dato de la credulidad de aquellos antepasados, el siguiente:

"En las Juntas Generales de la provincia de Álava celebradas el 8 de noviembre de 1772, se dio cuenta de haberse publicado una orden del rey haciendo saber que el embajador de España en París, el Conde de Fuentes, le había dado noticias de que apenas ha habido año que no hayan ido a la capital de Francia algunos españoles con el fin de curarse los lamparones, en la creencia de que el rey cristianísimo tenía dicha gracia; que estos pobres vasallos que por lo regular hacen su viaje a pie, padecen mucho en él, caen enfermos y tal vez mueren antes de regresar a España, sin consuelo de verse curados de su mal; que el rey cristianísimo no hace ya la ceremonia de poner la mano sobre los que adolecen de semejante enfermedad, como lo hacían sus antecesores por costumbre muy antigua, nacida de la ignorancia y de la superstición de los pasados siglos; que de donde mayor número concurre es de las fronteras de Navarra, Aragón y Cataluña, y que los enfermos llevaban certificaciones de sus párrocos diciendo ellos mismos que sus curas (igualmente crédulos que los paisanos), los habían animado para hacer el viaje, algunas veces contra el dictamen del médico. Y que para impedir que ningún español se exponga a las incomodidades de un viaje inútil y evitar también el motivo de que se rían en París de una credulidad en que no se ve caer a ningún extranjero de otra nación, se prevenga a todos los corregidores de los confines de Francia que impidan el paso de nuestros nacionales con tan frívolo motivo, y a todos los obispos de Navarra, Aragón y Cataluña se prevenga también para que éstos hagan saber a sus párrocos de sus diócesis que los reyes de Francia no han curado jamás la enfermedad de los lamparones, por más que la ignorancia de los tiempos pasados les atribuyese esta virtud, y que el actual rey cristianísimo no hace jamás semejante ceremonia; en cuya vista se acordó por los señores constituyentes que se inserte en las minutas y se haga saber a las Hermandades para que sus vecinos y naturales queden con ella desengañadores y no emprendan tales viajes".

Barandiaran consigna un valioso testimonio de saludadores contemporáneos en la voz sanurratu de su Diccionario. Nos dice que bajo este nombre y también el de santiretu (desgarro, torsión) se conoce una de sus operaciones más renombradas.

"Etimológicamente significa traumatismo o retorcimiento de algún miembro. Para su curación se recurría en algunos sitios, aun recientemente, a ciertas personas que eran prácticas en operaciones de magia. Una de estas personas era Ruperto Aurre, el santiretuzale "curandero de traumas" de Axanguiz. Con él mantuve largas conversaciones allá por los años de 1918 a 1924. El era frecuentemente llamado por los lisiados. Pero había también otros que ejercían oficio en varios lugares de la comarca de Guernica (en Forua, en Baldatika, en Luno, en Mendata y en Muxica), lo que era señal de la buena reputación de las prácticas de la magia. La operación, en casos de torcedura de la pierna o golpe fuerte, consiste en que el mago coloque una media o calcetín de lana extendido sobre el miembro herido; que lo atraviese varias veces con una aguja e hilo, haciendo ademán de coser, mientras dice las palabras "Santiretu, sanurratu, sana bere tokian sartu" "músculo estirado, músculo herido, métase en su lugar el músculo" y reza tres Pater, Ave y Gloria a la Virgen (si el paciente es persona) o a San Antonio (si se trata de un animal). Después el paciente o quien le atienda debe frotar el miembro enfermo con aceite caliente.

Este tratamiento, según Aurre, es un remedio eficaz. Aurre curaba también el begizko "aojo" mediante la operación llamada begizkuena "lo del aojo". Aurre aprendió, hacia 1870, la práctica de la magia de un vecino suyo llamado José Uriarte, generalmente conocido por el nombre de Pepe Etzandi, puesto que Etzandi se llamaba el caserío de Muxika donde él vivía. Aurre decía de él que era hombre extraordinario, que soportaba, sin quemarse, brasas encendidas en sus manos durante el tiempo en que numerosos fumadores encendieran en ellas sus cigarros o pipas. Era natural de una casa de Frúniz, vecina de la Batixe, célebre salutador que llevaba como distintivo en la espalda una cinta roja en forma de cruz. Acudían a Baixe todos los mordidos por perro rabioso de esta región. Decían de él que, siendo niño, apagó de un soplo el fuego del horno donde su madre cocía su hornada de pan. De ahí conocieron que el muchacho tenía algo extraordinario que luego se definió como virtud de curar la rabia. Así empezó su reputación como salutador, cuyas funciones eran a la sazón muy apreciadas y solicitadas. Tomó parte en la primera guerra civil carlista: los soldados le echaban en la lengua plomo derretido que se condensaba al instante sin dejarle señal de quemadura. Cuando se le presentaba una persona mordida por perro rabioso, él hacía hervir aceite en una sartén, untaba sus dedos en el mismo y frotaba la herida: el aceite quemaba al paciente, pero no al salutador. Después éste soplaba sobre la herida y sobre un zoquete de pan que luego tenía que ser comido por el enfermo. Aurre recuerda que, siendo él joven, había en Mendata un individuo a quien llamaban Profeta. De él se decía que adivinaba el porvenir y era consultado por mucha gente de los alrededores. En aquellos tiempos de su infancia, según Aurre, los profetas, los salutadores y los santiretuzales vivían envueltos en una aureola de prestigio y de consideración popular. "Pero ahora ( 1920) -decía él- es otra cosa: los curas, los religiosos y los jauntxos o señoritos que, por poseer más dinero que el resto de la población, hacen alarde de saber más que los pobres, desprecian la magia, aunque en muchos casos vienen también ellos secretamente a ponerse en mis manos". Es indudable que el mito de los "Profetas", de los "Batixe", de los "Etzandi" y de los "Aurre" parecía llegar a su ocaso; pero, en realidad, se desplazaba para ponerse al servicio de otros oráculos y al amparo de nuevos gestos, fórmulas y teorías".