Lekaide eta lekaimeak

OLAECHEA LOIZAGA, Marcelino

Prelado salesiano nacido en Barakaldo (Bizkaia) el 9 de enero de 1889. Hijo de un mecánico de Altos Hornos. Ordenado sacerdote en 1915, fue designado obispo de la diócesis de Pamplona el 27 de octubre de 1935, llegando en noviembre. Durante su estancia en la sede episcopal navarra, fue vocal del Consejo Permanente de la Institución Príncipe de Viana.

Hombre poco inclinado a politizar la tarea pastoral, apoyó, pese a ello, la causa franquista, exhortando a los católicos vascos, junto con monseñor Múgica, obispo de Vitoria (Instrucción del 6 de agosto de 1936), a que «no hicieran causa común con enemigos declarados y encarnizados de la Iglesia» ni se aliaran con «ese monstruo moderno, el marxismo o comunismo, hidra de siete cabezas, síntesis de toda energía».

Sin embargo, conocedor de los excesos y masacres cometidos por los suyos, el 15 de noviembre de 1936 hizo una alocución pastoral divulgada por la prensa, en la que, entre otras cosas, decía: «...¡Perdón, perdón! ¡Sacrosanta ley del perdón! ¡No más sangre! ¡No más sangre! No más sangre que la que quiere Dios que se vierta intercesora en los campos de batalla para salvar a nuestra Patria gloriosa y desgarrada; sangre de redención que se junta, por la misericordia de Dios, a la sangre de Jesucristo para sellar con sello de vida, pujante y vigorosa, a la nueva España, que nace de tantos dolores. No más sangre que la decretada por los tribunales de justicia, serena, largamente pensada, escrupulosamente discutida; clara, sin dudas, que jamás sea amarga fuente de remordimientos. Y... no otra sangre. ¡Católico! Cuando llegue al pueblo el cadáver de sus hijos muertos por defender a Dios y a la Patria en el frente de batalla, y los lleven en hombros y llorando los mozos, sus compañeros de valentía, y una turba de deudos y amigos acompañe sollozando al féretro y se sienta hervir la sangre en las venas y rugir la pasión en el pecho, y descerraje los labios un grito de venganza... entonces, que haya un hombre, que haya una mujer, que pague, sí, a la naturaleza su tributo de lágrimas -si no las puede sorber el corazón- pero que se llegue al ataúd, extienda sobre él los brazos y diga con toda su fuerza: ¡No! ¡No! ¡Atrás! La sangre de mi hijo es sangre redentora. Estoy oyendo su voz como la de Jesucristo en la cruz. ¡Acercaos y sentiréis que dice perdón! Que a nadie se le toque por mi hijo. ¡Que nadie sufra! Que se perdone a todos. Si el alma bendita de mi mártir, que goza de Dios, se os hiciera visible, os desconocería. No sois cristianos. Si os diérais a la venganza os podría maldecir, os maldeciría mi hijo. Yo estoy cierto de que así hablarán las conciencias cristianas de esta gran Navarra».

Meses más tarde, en agosto de 1937, suscribió la «Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del Mundo entero» explicando las razones del alzamiento militar y los fines de la guerra. Olaechea era plenamente consciente de que la causa de la Iglesia pendía del triunfo de las derechas por lo que ordenó silencio prudente y temporal a los sacerdotes que, como Marino Ayerra, no compartían este criterio. Promovido Arzobispo de Valencia en 1946, recibió en diciembre del mismo año el título de Hijo Adoptivo de Navarra, concedido por la Diputación Foral de la Provincia. En 1966 presentó su dimisión como Arzobispo de Valencia. Miembro del Consejo de Regencia de la nación, participó en las sesiones del Concilio Vaticano II como Vicepresidente de la Comisión para los Seminarios y Universidades Católicos.

Falleció el 21 de octubre de 1972.

Carlos CORTABARRIA IGARTUA