Kontzeptua

Picota

Columna de piedra dotada comúnmente de argollas o garfios, que se erigía a la entrada o en las plazas de los pueblos para ajusticiar en ellas a los reos, exhibir las cabezas de los condenados y otros correctivos más leves, como por ejemplo colgar a la vista de todos los instrumentos de peso fraudulentos de los molineros, carniceros y comerciantes estafadores, para que el vecindario conociera su falta de honradez. También a los acusados de hurto se sometía a la llamada pena de picota, consistente en pasar una o más horas a pleno sol atado a la picota, incluso embadurnado en miel para que los insectos mortificaran al malogrado reo.

En algunos casos, para dar fe del destino que les esperaba a los indeseables, la piedra mostraba una inscripción en su frontis, como la picota de la localidad burgalesa de Covarrubias, donde se lee: "Venid a mí, malvados, que yo os daré vuestro merecido".

En 1412 el rey Carlos III de Navarra dio licencia a los concejos de Peralta y Puente la Reina para reedificar el antiguo pellerique con el fin de corregir y castigar a algunos jóvenes vagabundos y personas "non temientes a Dios ni a la justicia", que hurtaban agraz, uvas, olivas, peras "e todas fruitas e hortalizas, e gallinas e pollos". Las ordenanzas de Lesaca de 1429 se refieren a los acusados de falso testimonio y mandan que sean colocados en pellerique, azotados y luego desterrados; asimismo los blasfemos "sean puestos en pilliric enclavados de las lenguas". Tudela: el 12 de agosto de 1574 se prohibe coger frutas en las heredades ajenas, y los reincidentes, "serán puestos en la picota junto con la fruta robada"; el 25 de marzo de 1585 se prohibe coger leña de los olivares y rebuscar olivas sin licencia del municipio bajo la pena de cuatro ducados y ocho días de cárcel, y si no tuviera bienes "será expuesto a la vergüenza pública en la picota permaneciendo en ella cuatro horas". En las Juntas Generales de Guipúzcoa celebradas en Zarautz el 22 de noviembre del año 1564, se tomó el acuerdo de que las villas que aún no tuvieran cárcel ni picota las hicieran a su costa antes de la siguiente Junta, que se reuniría en Ordizia la primavera del siguiente año.

Debieron ser, pues, abundantes en otras épocas estas piezas en el paisaje de Euskalerria. Baste señalar que algunos de los verdugos que ejecutaban las sentencias al pie de las picotas eran asalariados de la Provincia (lo que hoy llamamos Diputación). Expresiones del lenguaje coloquial corrientes aún en nuestros días, como "poner en la picota" o la euskérica "pikutara joan!" ("ve a la picota", equivalente a la expresión "¡desaparece!" o "¡vete a paseo!"), son testimonio de lo cotidiano de dicho elemento en tiempos no tan remotos.

Símbolos de jurisdicción penal y de vasallaje, de libertad comunal y también de vergüenza, estos instrumentos de piedra fueron durante siglos motivo de los sentimientos más contrapuestos: de orgullo para unos y de odio para otros. Hay que advertir, no obstante, que el castigo se concebía durante toda la Edad Media fundamentalmente como escarnio y lección para el colectivo. En Navarra, por ejemplo, a los condenados se les ataba a un par de caballos para arrastrarlos hasta la muerte por entre casas, calles y campos. Ladrones, adúlteras y blasfemos eran muy frecuentemente azotados y desorejados para que exhibieran esta amputación como un estigma de pecado. El espíritu del ajusticiamiento draconiano quedó claramente expuesto ya por el rey franco Childeberto (511-558) cuando decía: "Justum est ut qui noverit occidere discat mori" (Justo es que quien supo matar aprenda a morir), lo que no fue obstáculo para que -paradojas de la historia- él mismo degollara a sus sobrinos a fin de cobrar su herencia. A los rebeldes comuneros de Villalar (Valladolid), Padilla, Bravo y Maldonado, que se levantaron contra Carlos I en 1521, se les dio muerte, pero, lo que parecía más importante, en la picota se expusieron sus cabezas para disuadir a los insatisfechos de las consecuencias de nuevas sublevaciones. Corrientemente existe una confusión al referirse a las picotas, los rollos y las llamadas "pelleriques" navarras, así como su relación original con los cruceros también de piedra.

En sus primeros tiempos el rollo no eran sino indicador de los límites de un término. La picota, por el contrario, expresaba que el lugar poseía autonomía administrativa y jurisdicción penal independiente. Con el paso de los años los rollos fueron convertidos en picotas, y posteriormente algunas de éstas se coronaron con cruces (como la navarra de Villava que aún hoy sirve de calvario en los Vías Crucis). El "pellerique", por otra parte, era la argolla de hierro que servía para atenazar a los que cometían hurtos por los campos, exponiéndolos a la vergüenza en un paraje público. Dicha argolla estaba sujeta normalmente a una columna de piedra, de donde el conjunto adoptó el nombre de la parte. Un antecedente claro de los cruceros fueron las efigies bicéfalas que se encontraban en los accesos a los poblados romanos y en las encrucijadas de los caminos, honrando al dios Jano. Con la cristianización, el culto pagano a la piedra y a los árboles se bautizó. En esta misma línea, hasta fechas no muy lejanas los árboles sagrados fueron sustituidos por "árboles de piedra": es el caso del mítico Malato de Lujando (Álava) y de los lugares donde históricamente se celebraban los "batzarres", hoy recordados por cruces de piedra.

La función de las picotas -el tormento- dio lugar a que se levantaran también cruces de piedra para la oración, con lo que se intentaba que en los parajes donde se hicieran exhibiciones tan crueles nunca faltara un signo identificatorio de la piedad de sus moradores. Asimismo, muchos rollos y picotas fueron reconvertidos con una cruz en lugar de cobijo y asilo para malhechores (es el caso de la de Sansomain, junto al monte Urkamendi, monte de la horca o patíbulo, y también en Navarra, en el pamplonés pradillo de San Roque, conocido por "las horcas" porque allí se ejecutaba a los reos de muerte, y en el fuste de cuya picota se talló a comienzos del siglo XVII una cruz), o en humilladeros bajo los que todo caminante debía arrodillarse antes de entrar en la población, como signo de que no eran "agotes, moros ni judíos".

En la Edad Media, horcas o picotas se levantaban en encrucijadas a la salida de los pueblos, probablemente también por el temor a que el alma del ajusticiado regresara al pueblo a seguir haciendo mal: la creencia popular decía que en una encrucijada podía confundir la dirección y evitarse así males mayores. Según refiere Ducéré la picota estuvo situada en Bayona (Laburdi) durante varios siglos en donde, más tarde, se colocó la fuente de la plaza de Nôtre-Dame. En un principio no debía consistir más que en una plataforma que se convirtió después en un edificio pequeño de mampostería y madera o construido en condiciones singulares que la tradición nos ha transmitido.

Corría el año de 1377, después del asedio de Bayona por el rey de Castilla, Enrique de Trastamara; los atacantes obligados a abandonar la plaza habían reunido unas buenas guarniciones y tenían todos los pequeños castillos que dominaban la mayor parte del curso de los ríos. Según Froissart, Thomas Trivet, sobrino de Mathieu de Gournay, mandaba un cuerpo destinado a cabalgar por Navarra y Castilla durante cuatro meses solamente. Llegado a Dax con su pequeño ejército encontró un tío suyo que le puso al corriente de la situación del país; Trivet deseaba ir directamente a Navarra donde se le esperaba pero el señor Mathieu de Gournay le dijo: "Querido sobrino, puesto que contáis con gentes armadas, hay que librar al país de bretones y franceses que tienen en su poder doce fuertes de aquí a Bayona, pues si dejáis esto atrás, este invierno nos hostigarán mucho; todos los sitios que liberéis os lo agradecerán y yo mismo os lo pido". "A fe mía, respondió el Sr. Thomas, que acepto". Trivet puso inmediatamente toda su gente en movimiento y después de haberse apoderado rápidamente de los fuertes de Montpin, Clarelack y Besenghen, puso sitio delante de Tasseghen, castillo que se cree era de Hastingues, a unas seis leguas de Bayona. En cuanto los bayoneses supieron que este fuerte que les había hostigado tanto estaba sitiado fueron a unirse a los ingleses formando una tropa de quinientos hombres bien armados de lanzas y paveses y llevando consigo la máquina más poderosa de la ciudad. Después de quince días de resistencia el fuerte se rindió; los bayoneses lo compraron a Trivet, lo demolieron y transportaron todas las piedras a Bayona para dar un carácter infamante a tales despojos; y con las piedras más grandes construyeron la picota. En el siglo XVII cuando se demolió para ser reemplazada por un patíbulo, las piedras sirvieron para construir la cúpula de la fuente Saint-Léon que existía todavía a principios del siglo.

Gran parte de las picotas de la Península desaparecieron luego de que las Cortes de Cádiz declararan, en agosto de 1811, la abolición "de los privilegios exclusivos, privativos y prohibitivos procedentes de señorío", residuo de las antiguas justicias particulares. Según investigaciones recientes, en todo el Estado no llegan a doscientas las que se conservan aún en pie, entre las que destaca sobremanera la picota vallisoletana de Villalón de Campos por su singular belleza. Hasta hace algún tiempo había en Gipuzkoa dos picotas: una en Ezkio y otra en Gabiria. La de Gabiria está situada a la salida de la villa, en la frontera con Itxaso, muy cerca del caserío Armadegi, nombre derivado probablemente de "armada-degi" (casa de armas): al parecer en el lugar actualmente ocupado por las cuadras había una cárcel, y en el interior del caserío aún existe una polea de madera en donde, según se dice, se colgaba a los convictos antes de la exposición de sus restos en la picota exterior. Sobre al ábaco la rematan cuatro cabezas de perrillos de piedra que, como en muchas de las de Castilla, representan un monstruo cuadricéfalo. La picota de Ezkio por su parte se encontraba a 2.600 metros de la anterior, junto al camino real y en el cruce de caminos que conduce a Zumárraga y hacia el centro de Ezkio, en un paraje de mucho tránsito pues fue parada de postas, y hasta el año 1721 se celebraba allí la famosa feria de Santa Lucía (trasladada luego a Urretxu-Zumárraga). Derribada accidentalmente a mediados de la década de los ochenta, ha sido restaurada en el mismo lugar. En Álava tenemos noticias de una picota en la localidad de Mendotza, y en Navarra en toda su integridad se conservan la de Desojo y la más famosa de Lakuntza (que fue temporalmente retirada en 1821, tras la sublevación constitucionalista de Riego, por interpretarse como "signo de vasallaje", aunque más tarde sería repuesta con el escudo de la villa inscrito). También hubo "pelleriques" en Estella, Sangüesa, Tudela y Larraga, este último demolido en 1592 con motivo de la visita de Felipe II para que las carrozas pudieran maniobrar. Aunque la costumbre de erigir picotas fue trasladada a América por los castellanos, no era una tradición exclusivamente española: las "columnas de Roldán" de Alemania, y el "pilori" francés vienen a ser lo mismo, con ligeras variantes. Pero mientras en Europa dejaron de usarse hace casi doscientos años, a principios del siglo XX se reestableció temporalmente en los Estados Unidos la pena de exposición en la picota.